Presentación de Mil y una noches, en traducción de Salvador Peña

Portada del IV tomo de esta nueva traducción directa del árabe, elaborada por Salvador Peña

Hará unos quince días, el Presidente de la Academia de Buenas Letras de Granada me pidió apoyo para una colaboración entre Academias, en este caso con la Real de Bellas Artes de Granada. Se trataba de presentar la nueva traducción, directamente del árabe, de Mil y una noches, magistralmente hecha por el multipremiado profesor de esa lengua de la Universidad de Málaga, Salvador Peña. Me preocupé de leer los prólogos de la edición que tengo en mi biblioteca, la traducción de Alfonso García Fernández de la versión francesa de Joseph Charles Mardrus, que me prestó con su magnanimidad habitual mi amigo José Luis Gärtner, y la misma de Salvador Peña que conseguí bajarme de internet. También, claro, hube de comparar, aunque por encima, estas traducciones de las cuales dispongo. La verdad es que no había tiempo para casi nada. Y al fin, con mucho trabajo, pude elaborar una presentación de algo más de diez minutos para el acto previsto, que sería el pasado 18 de abril. Cuando llegué al Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granada, no sabía muy bien cómo debía ir todo, no conocía al copresentador, José Miguel Puerta Vílchez, de la Real Academia de Bellas Artes granadina, ni conocía a Salvador Peña. Me fueron presentados y empezó el acto con introducción de Orfilia Sáiz Vega, Presidenta de la antedicha Academia, y luego me tocó a mí. Me siguieron Puerta Vílchez y, por último, la conferencia de Salvador Peña. Ambas intervenciones fueron brillantes. La disertación del traductor, ayudado de una presentación Power Point, fue estupenda, sugerente y referida, en esencia, a las relaciones entre las Mil y una noches y la ciudad de Granada, especialmente, por supuesto, de su Alhambra. Fui felicitado, lo mismo que los otros intervinientes, por muchas personas de entre el público. Anécdota destacable fue mi recuerdo, en mitad de la lectura, de no haber puesto en silencio el teléfono móvil; para no dejar en incómodo silencio mi interrupción, conté la anécdota, ya conocida, de mi queridísimo amigo y poeta Enrique Morón quien, en función semejante, sufrió una llamada a su teléfono, miró con severidad al público, pues el rin-rin sonaba cerca, hasta que se percató de que el aparato atronador era el suyo propio. Un acto agradable rematado, como es de ley, con algunas cervezas en grata compañía. Este es el texto que leí y que me pidieron fuese publicado, que lo será, además de en este blog, en el próximo Boletín de la Academia de Buenas Letras de Granada.

Presentación Mil y una noches en traducción de Salvador Peña

Una de las ilustraciones de Bartolozzi en la edición mexicana que poseo. Concretamente esta hace referencia al cuento tan erótico de El mandadero y las tres doncellas

Debía ser el año 70 del pasado siglo cuando mi padre llegó a casa con los tres tomos de Las mil y una noches. Era una edición mexicana que le había comprado a un vendedor que cada tanto se pasaba por la fábrica donde ambos trabajábamos. Le gustaba a mi progenitor hacer eso, comprarle a aquel señor libros considerados sustanciosos para él: así, conservo, además de los libros aludidos, una enciclopedia, Los Episodios Nacionales y una Antología de Rabindranath Tagore. Esa publicación mexicana, lo era de la versión en francés recopilada por Mardrus y traducida por Daniel Tapia. Sus textos eran sugerentes, con detalles eróticos que, me temo, ni mi padre ni, desde luego, yo, habíamos imaginado nunca. Las ilustraciones… ¡ay las ilustraciones!… las ilustraciones eran más sugerentes aún, y casi diría, explícitas. Eran de Salvador Bartolozzi, un dibujante español que había ilustrado la edición hispana del Pinocho de Collodi, llegando después a crear en España una serie de tebeos o historietas sobre Pinocho, atribuibles a él mismo y no ya al italiano. Tras nuestra Guerra Civil, Bartolozzi tuvo que refugiarse en México. Imaginen el impacto que tales dibujos causaron en un joven de veinte años de entonces, cuya inocencia, que no ausencia de deseo, era mayor que la habida hoy por un adolescente de doce veranos ya tórridos. Cómo llegó esa edición latinoamericana a España y pudo venderla el comercial pasando la censura, no puedo entenderlo, pero es sabido que al franquismo se le escapaban las mejores por tontería, desidia, abulia y demás males celtibéricos.

Con esos tres tomos, además de atender a su erotismo, entré en el mundo de Shahrazad y el rey Shahriar, en esa maravilla de la supervivencia a base de exprimir la imaginación, la capacidad creadora y el embeleco de dejar las historias a medias para crear suspense e impedir la muerte, amanecida tras amanecida, por el triste capricho y generalización de un rey traicionado que extiende a todo un género, el femenino, la culpa de una sola mujer. ¿Quién no conoce esa historia? Esa es la argamasa de una colección de cuentos, engarzados unos con otros como perlas, y que gracias a ese mortero puede calificarse de novela, como arriesga Salvador Peña en el aclaratorio prólogo de esta nueva traducción y edición de ese portento que es Mil y una noches, aunque se la conozca más por Las mil y una noches, con el artículo atribuible, no al título árabe Alf layla wa-layla, sino a la primera traducción que Antoine Galland hizo de ella a un idioma occidental.

Grabado decimonónico alusivo a Las mil y una noches

No solo Shahrazad salva la vida contando historias, sino que en varios cuentos narrados sucede lo mismo, por ejemplo, en el de El sastre, el jorobado, el judío, el despensero y el cristiano, luego podemos pensar que la vida depende de la creatividad, de ese margen de duda que le queda a lo decidido por el Destino.

Mas, el tema no se reduce a ese y a la artimaña de lograr que Shahriar, o el lector, se pregunte, bueno, y después ¿qué pasó?, sino que trata asimismo de otras cuestiones, y me extiendo: el asunto del Destino y una gran religiosidad; la picaresca, con tanto espabilado, malandro o ribaldo que pululan por las calles de las ciudades descritas; la virtud contra la suerte, el azar o la fortuna; la fuerza de la palabra o la persuasión; los seres imaginarios, es decir los yinns o genios, los gul, malvados seres antropófagos, el ave rojj y demás seres ficticios.

La primera traducción al español directamente desde el árabe la hizo Rafael Cansinos Assens, y piénsese que Jorge Luis Borges aseguraba que quien mejor le había enseñado la prosa española de calidad había sido él. También esta que hoy se presenta ha sido hecha directamente desde el árabe, al revés de otras, elaboradas la mayoría desde el francés de Galland o Mardrus, aunque alguna habrá del inglés desde la versión del capitán Richard Burton (quien no tiene nada que ver con el reiterado marido de Elizabeth Taylor). ¿Por qué retraducir una obra ya trasladada anteriormente? Se ha dicho a menudo, y con razón, que cada época requiere una nueva traducción de los clásicos. Mil y una noches es un clásico, eso es indudable, y demostrado, además, por este truchimán, palabra muy bonita de origen árabe y sinónimo de traductor, demostrado en el prólogo, como digo, lectura obligada y previa para cualquier persona que se sumerja en este libro. Pero tal reivindicación ya la han hecho otros antes de Salvador Peña: el anteriormente nombrado Borges, sin ir más lejos. Y en él se apoya, además de en Stendhal, Poe o Coleridge.

Fotograma de la película de Pasolini sobre Las mil y una noches. También aquí aparece ese cuento de El mandadero y las tres doncellas

Borges, en Las traducciones de Las mil y una noches, texto contenido en Historia de la eternidad, les da un repaso a los diversos traductores al inglés, francés y alemán. De la de Burton asegura, y cito: “recorrer las 1001 Noches en la traslación de sir Richard no es menos increíble que recorrerlas «vertidas literalmente del árabe y comentadas» por Simbad el Marino”, lo que no es moco de pavo: es meterte de bruces en esas narraciones orales tan celebradas de la plaza de Jmaa el Fna. Pero, y en eso Salvador Peña disiente del argentino, no están estas historias destinadas solo a, y cito asimismo a Borges “pícaros, noveleros, analfabetos, infinitamente suspicaces de lo presente y crédulos de la maravilla remota”, sino también a los señores, a los aristócratas o mercaderes cultos, pues el refinamiento de ciertas frases, de los versos, de algunos cuentos, sobrepasa ese ámbito de lo puramente oral. Y así, nos podemos imaginar tales poemas, que siempre vienen al pelo de lo referido, muchos de ellos cantados, entonados por huríes acompañadas del úd, es decir, del laúd, la tambura, o el nay o flauta oriental, con vestidos sedeños, cubiertas ligeramente por velos, enjoyadas y perfumadas. Mil y una noches es literatura que excita la imaginación. No solo la erótica, como fue mi primera lectura en mis años mozos, sino las ilusiones de todo tipo, las alucinaciones más bellas.

Otra de las seductoras imágenes de Bartolozzi

La influencia de esta obra magna es extensa. Sin ella no se podría haber escrito el Calila e Dimna, ni El conde Lucanor, ni el Decamerón o los Cuentos de Canterbury, ni tampoco El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sí, esa técnica de meter unos cuentos en otros, como en las cajas chinas o en las matrioshkas o muñecas rusas, es muy utilizada por Cervantes, por no decir nada de su modernidad, técnica narrativa que, como tantas otras de la literatura contemporánea, admiramos en esos clásicos, e incluso en escritores extranjeros, pero repudiamos en los españoles actuales.

No he podido evitar la comparación entre la prosa de mis tres tomos, traducidos del francés mardrusiano por Daniel Tapia, con la traducción del árabe de Salvador Peña y he observado grandes diferencias: una mayor austeridad, por supuesto, mas no por ello aspereza en esta última; la traslación a versos rimados en asonante y bien medidos frente a la prosa, poética, sí, pero no por ello menos prosa, de mi edición mexicana; las discretas alusiones a la Divinidad en el libro que se presenta, ante las someras menciones a ella en mis tres volúmenes, expurgadas por repetitivas de la traducción de Mardrus. Nada más empezar, en la misma historia inicial de Shahrazad y Shahriar, en tanto en la presente traducción se dedica un párrafo a encomendarse a la protección divina y a la de su profeta Mahoma, además de recordar que la lección de los antiguos sirve a los modernos (lo que recalca la misión didáctica de algunos cuentos, como decía anteriormente, al estilo de El conde Lucanor), en la versión que poseo entra directamente en la acción con su típico “Cuentan…”.

Portada de la edición prestada por mi amigo José Luis Gärtner

Resumiendo, una traducción modélica de un clásico, en una prosa española irreprochable y hermosa. Como ejemplo, llama a la muerte o final de nuestras vidas: “el destructor de los gozos, el que separa a los amigos, despuebla asentamientos, y a los niños y a las niñas deja huérfanos”. Tétrica descripción, al tiempo que serena. Un libro honesto que, a pesar de su masa, no les pesará, un libro indispensable en cualquier biblioteca privada, esos entes en vías de extinción y venta al peso.

Por cierto, se me olvidaba: según una superstición o maldición, quien lea todos los cuentos de Mil y una noches, morirá. Bien, pues cuenta Salvador Peña en su valiosísimo prólogo, que Voltaire tuvo la paciencia de leérselos catorce veces, y puedo asegurarles que no se murió catorce veces, sino solo una. Como todo el mundo. Por muy Voltaire que fuese. Gracias.

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Tres artículos periodísticos

La abulia, el sentimiento de incapacidad, un incierto pesimismo. Nunca el aburrimiento.

Desde noviembre pasado no he colocado nada en este blog que comparto con quienes me quieran leer. No por falta de material, sino por falta de ganas. Respecto a la enfermedad que describí, con algo de sorna sioux o apache en mayo o junio pasado, ya es historia: estoy curado. Mi piel vuelve a ser normal y, debido a que el verano pasado me abstuve de playa y piscina, ahora más parezco sueco recién aterrizado en Torremolinos que indio navajo. Rachas. Ahora pongo aquí tres artículos de los publicados en el periódico Ideal para esa columna que este pone a disposición de los miembros de la Academia de Buenas Letras de Granada. Hace unos días, un amigo me manifestó su pánico a que se le olvidase escribir por falta de ejercicio. Eso me pasa a mí. Por la santa gracia de esa racha de la que hablo, he estado varios meses, digamos, en el dique seco. No me he sentido agobiado. Solo que el oficio no se me puede olvidar, tiene razón mi amigo. Intentaré ponerme al día aunque mis lectores sean escasos. Escribo para nadie, repitiendo una frase que recitó ayer un poeta en el Centro Artístico de Granada. ¿Qué más da?

Como de costumbre, también, estos artículos están publicados en la página web de la antedicha Academia.

La importancia de explicar bien

Nunca he sido partidario de soportar las monsergas aprendidas por los guías turísticos. Y sin embargo, hay excepciones. Como en todo. Ya he dicho en otras circunstancias que no hay cosa más tonta que el prejuicio.

Alcázar de la Puerta de Sevilla de Carmona.

Para celebrar cierto aniversario privado, mi esposa y yo viajamos a principios del mes de febrero a Carmona. Nos alojamos en el Parador Nacional. En la explanada delantera se nos acercó un hombre proponiéndonos uno de esos tours turísticos en bus eléctrico, descubierto, a pesar de la fresquita, y estrecho de manga. Habida cuenta lo declarado antes, dudamos. Por fin ella, con buen criterio, me dijo, ¿por qué no nos dejamos guiar, sabemos dónde está lo interesante y mañana por la mañana lo visitamos a nuestro aire? Montamos en el vehículo tres parejas, unos brasileños, unos sevillanos y nosotros, más tres turistas españoles con apariencia de ser matrimonio con hija ni joven ni madura.

Y empezó el periplo. Para nuestra sorpresa, Alfonso, que así se llamaba el guía, resultó ser, no solo simpático, según es fama de los sevillanos, sino conocedor por estudios y pasión de la historia y de la Historia de Carmona, es decir, de sus entresijos cotidianos en siglos pasados, así como de las epopeyas de manual antiguas y contemporáneas. La fortaleza del rey Pedro, mal llamado el Cruel, la arqueología prehistórica, la judería ya desaparecida pero cuyos vestigios quedan en el trazado de las calles, los conventos de monjas habitados por pocas religiosas, las iglesias de más enjundia, las puertas de la vieja muralla, el Decumano y el Cardo, calles romanas que iban de este a oeste y de sur a norte cuyas trazas perviven en las calles carmonenses, la plaza de San Fernando como centro neurálgico y de reunión de la ciudad, los barrios habitados antaño por braceros que ocupaban habitación por familia, algunas numerosas, barrios que se van deteriorando inevitablemente por la ausencia de comercios que los convierten en casi inhabitables y, lo mejor del caso: el plafón en la clave del arco de la puerta de Sevilla, resto de la antigua casa edificada contra la muralla y del cual colgaba la lámpara del salón de dicha vivienda: uno de esos detalles demostrativos, no solo de la vida diaria de la ciudad que fue, sino del conocimiento y amor por su ciudad del guía. Sorpresas te da la vida, decía la canción, y esta fue grata.

Teléfonos impertinentes

Todos hemos visto películas de espías o héroes de esos que se infiltran en cualquier organización y salvan a la persona importante escondiéndose y sorprendiendo a los malos. En tales casos es vital el silencio. El chico, como lo llamábamos antes, es decir el protagonista, se acerca solapadamente a los confiados secuestradores, traficantes, espías enemigos y ¡de un golpe!, los neutraliza, o dicho de forma más brutal, se los lleva por delante, se los carga, los apiola.

Pues bien, imaginemos por un instante que en esos momentos previos tan sigilosos, donde tan importante es la sorpresa ante los malhechores, suena el móvil del bueno y se escucha una voz diciendo, buenas tardes, mi nombre es X y le llamo para recomendarle mejore su contrato de telefonía, con ventajas que nadie…

¿No podría Jason Statham, por ejemplo, acusar de homicidio involuntario a esas compañías, sean de telefonía, de servicio eléctrico, ONGs varias o de instalación de paneles solares, que incordian proponiendo servicios que, si uno está interesado, bastaría con acudir a sus sucursales, consultar sus páginas web o, simplemente, que sea el usuario quien telefonee interesándose por sus mejoras de las contratas existentes? Por suerte, en la vida real, las Unidades de Intervención Policial, que hacen lo de las películas pero en serio, deben llevar los móviles apagados o dejarlos en el cuartel, porque si no… imagínense.

Peor aún, y prescindiré de ficciones cinematográficas: uno espera la llamada de un familiar que acompaña a otro que está siendo intervenido en quirófano, o aguarda la confirmación de llegada de alguien que ha partido de viaje (en esos casos, y sobre todo la gente mayor, siempre tememos lo peor: accidente de coche, avión estrellado, tren descarrilado), o del todo más grave: uno acecha que el amado o la amada, a quien se acaba de enviar un mensaje confesándole amor, conteste aceptando o rehusando, y ¡zas!, ese imprudentísimo telefonazo de la señorita X ofreciéndole tropecientos gigas de internet. ¡Cuántas veces me han llamado interrumpiéndome la siesta! Pongo el móvil en no molestar, oh sí, pero de tal hora a tal otra, y a lo peor, ese día sesteo más temprano o más tarde, y allí tengo al zángano de turno señor X de tal o cual compañía. Jaquecas, afecciones estomacales, sinsabores hepáticos, incordios renales, de todo eso se les puede acusar. Al menos, que nos paguen las terapias de relajación.

De nuevo, una obra menor

¡¿Cómo, no has leído ese libro?! Suele sorprenderse el muy versado, principalmente si se trata de literatura clásica española, de las carencias del interlocutor. Quizá, hasta desdeñe, un tanto olímpico. Pero el placer del asombro no se lo lleva el docto sino el hasta ahora ignorante. Es obra menor esta La isla sin aurora, de Azorín. Y no obstante, el gusto del novato con el cual la lee carece de parangón.

Portada de la edición de Áncora y Delfín, de La isla sin aurora, de Azorín

Un sueño, una escapada onírica es el tema. Tres personajes: un poeta, un novelista y un dramaturgo, españoles, por supuesto, se embarcan, o lo pretenden, en una navegación irreal a una isla sin aurora. Encuentran allí a Edipo, a Fausto, a un hada, una ondina y una sirena, más, por supuesto, un fauno; y a un anciano que robó la aurora para traficar con ella para los europeos, posible explicación inexplicable.

Las obsesiones del 98 están aquí: la desilusión, la misantropía, la duda sobre el progreso. No así el problema de España. ¿Cómo pudo este hombre ser tan vanguardista en algunas cosas? Hay conflicto entre autor y personajes, hay juego con la filosofía popular, sin mayores afanes, pues no era hombre de ínfulas. El aburrimiento rural aparece entre estos hombres recluidos voluntariamente en su sueño, el sinsentido, su pizca de misoginia, aunque con la amabilidad propia de la época (no siempre existieron los estudios de género; incluso, increíble, hubo un tiempo en que vivíamos en cuevas). También la necesidad de lo exótico, lo insólito, como esos paseos que el poeta se da, en el viaje inexistente, por las callejas pletóricas de cacharros y olores de ciudades orientales. Pero hay algo en lo que Azorín insiste, si bien con su típica displicencia: la limitación, la de uno mismo y la de la propia obra. Se trata por tanto, de una novela, si lo es, de pensamiento, acaso descafeinado, no trascendental, pero pensamiento al cabo, lucubradora de esos límites que, no solo nos imponemos nosotros mismos, sino que también vienen de fuera y son inevitables. La dedicatoria es a Gerardo Diego, poeta del ensueño, y ensueño es, como quería Unamuno, de quien puedo afirmar fue una lástima no le alcanzase la vida para leerla porque, sin duda, le habría gustado, y mucho. Consultado un amigo, en efecto, es obra rara, casi desconocida. Consultado Internet, pozo de ciencia, fue escrita en 1944, ya acabada la Guerra Incivil.

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Presentación de mi novela Lejos de toda esa gente con ideas en Madrid

Edificio de la dicha Biblioteca. Como puede observarse, y para quienes no la conozcan, la planta baja es transparente. Me hizo pensar en la Biblioteca de Alejandría actual

El pasado día 6 de noviembre tuve el privilegio de poder presentar mi novela Lejos de toda esa gente con ideas en la Biblioteca Eugenio Trías de Madrid. La presentación corrió a cargo de Vanessa Gil, escritora o coach, una mujer llena de energía, vivacidad e inteligencia. La gestión para poder hacer el acto en esa biblioteca fue mérito de mi hijo Julio, residente allí, en Madrid, y no sólo fue un honor para mí actuar en esa importante entidad, cuyo edificio está dentro del Parque del Retiro, sino que además, la gracia estuvo en a quién se dedica esa biblioteca: nada más ni nada menos que a mi admiradísimo y muy leído Eugenio Trías, filósofo creador de un sistema: la Filosofía del Límite, lo que le agenció el premio Nietsche, único español merecedor de tal galardón. Este bigotudo pensador, que tuvo durante un tiempo un mostacho bastante nietscheano, era además musicólogo, con un par de libros dedicados al tema de la música, lo cual aún lo acercó más a mi espíritu. La presencia de amigos de mi hijo y de familiares fue acicate para mis intervenciones, por no decir nada de la presentación de Vanessa y de la habilidad y eficacia de sus preguntas. Previamente intervino Alejandro Santiago, editor de Nazarí, con una introducción muy semejante a la que ya hizo en
Granada, y es por no repetir conceptos que no la reproduzco aquí, presentando mis excusas ante tan insigne editor, a cuyo mérito se debe buena parte de la corrección del texto.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LEJOS DE TODA ESA GENTE CON IDEAS (Vanessa Gil)

Bienvenidos y bienvenidas a la presentación del octavo libro publicado de Miguel Arnas Coronado: Lejos de toda esa gente con ideas.

Y yo os pido una cosa: cerrad los ojos 10 segundos ¿Qué imagen os viene a la mente cuando yo digo: Lejos de toda esa gente con ideas?

De derecha a izquierda, la presentadora Vanessa Gil, mujer de corazón y cabeza, un servidor, y el editor de Nazarí, Alejandro Santiago

Lejos de toda esa gente con ideas es un viaje a un pasado común, a un pasado de 408 páginas donde Miguel Arnas hace protagonista a la por él llamada: tercera España, esa España de corazón emigrante que deja sus pocas pertenencias allá por los años 30 en recónditos pueblos para marcharse a forjar un futuro a las grandes capitales. Esa tercera España que se desliga de su origen y busca solamente un sentido de pertenencia, una estabilidad de color gris llena de paz, familia y geranios que decoren los urbanos balcones. España sin ideologías exacerbadas, que no pretende revoluciones ni formar parte de éstas, pero que es capaz de emprenderlas. Pues las revoluciones, tal y como veremos en esta obra, se realizan en el interior de las personas, no son de masas, las masas cambian con mucha más lentitud que los individuos, y sólo los sueños individuales inducen la fe en que lo que le sucede a uno debe sucederles a muchos. Y eso es lo que le ocurre al protagonista de Lejos de toda esa gente scon ideas, Roque Sanramón, quien llegado a Barcelona desde un pequeño pueblo de Teruel vivirá el tiempo sindical de la ciudad condal, la República, la Guerra Civil y el exilio del que volverá convertido en maqui. ¿Por ideología profunda? No, más bien por tres necesidades que desea satisfacer y que constituirán su columna vertebral, el amor, la amistad y la familia. Una historia de España personificada en héroes sin capa con dos formas de vivir el presente. Los Lorenzos del libro opinan que los muertos son los puentes a un mundo donde quienes queden vivirán mejor. Para los Roques en cambio, no se puede dejar de mirar las caras individuales de los muertos. Sea como fuera; Roque, nuestro héroe sin querer, nuestro padre de familia que sería conocido durante la contienda como el temido “Tiroalplato”, nuestro emigrante procedente de Teruel sólo tenía una máxima: “confiar en la llegada de un sistema político que garantizase la abundancia para todos y quien dice la abundancia, dice seguridad, ni guerras, ni algaradas. Que nadie hubiese de morir lejos de su cama, ni de su gente, quien dice abundancia, dice diversión honesta, cultura, esto es escuela, radios, zarzuelas y libros, trabajo y cariño familiar”.

… Las respuestas de algunas personas del público fueron varias: sosiego, calma, tranquilidad, indiferencia, etc.

Leer este viaje al pasado que hoy deja un tamborileo de recuerdos, esencia de vidas perdidas, de ideologías difuminadas en campos franceses, es respirar personajes llenos de pasiones, es adentrarte en la historia humilde de nuestros abuelos, es empatizar con la tristeza de Paulina, con el fervor de Lorenzo, con la tenacidad de Don Gil de Alcalá, con la sensualidad escogida de Pili Pilón, con la astucia del Largo, pero también, con el hambre, la zarzuela, la comida de los domingos en familia y con la valentía obligada, que no escogida, de Roque Sanramón. Es danzar con una prosa enriquecida de vocablos hoy en desuso, es navegar en la psicología de vecinos con opiniones en guerra, es imaginarse las calles de Barcelona engalanada y destruida a partes iguales, es simplemente querer saber más de la vida burlada por las circunstancias de personajes normales, sin ilustres nombres que decoran calles, pero cuyo día a día representó la rutina de nuestros ancestros. Después de leer cada página con el ritmo tildado por la calma, simplemente me quedo con una necesidad de más, y sin dilación espero hallar en el profundo océano de Internet la que sería la segunda parte de esta gran novela: La insigne chimenea galardonada en el 2010 con el premio Francisco Umbral de Majadahonda.

La sonrisa de Vanessa, encantadora, mi gesto… ¡yo qué sé!

Porque este libro es la antítesis del “leer moderno”, donde se estila narrar un océano de información con tan sólo un dedo de profundidad.

Lejos de toda esa gente con ideas, es ir más allá de la carcasa para vértelas de frente con tus propios fantasmas. Porque la cabeza tiene sus ideas, sus expectativas, sus anhelos y deseos y sus películas de final feliz con trompetas y algarabías a lo lejos. Pero la vida, el contexto, las circunstancias y la historia arrasan con lo que pudo ser y dejan un firme, desnudo y real esqueleto de lo que en realidad ES.

Y como dice la romanza de Zarzuela “No puede ser”, cuyos versos bien podrían ser de nuestro querido Lorenzo Mena:

Viva luz de mi ilusión,
Sé piadosa con mi amor.
Porque no sé fingir,
Porque no sé callar,
Porque no sé vivir.

Y ahora sí querido Miguel, enhorabuena por tan buen puente a la realidad, a ese cúmulo de circunstancias vividas por tu propio padre bajo la piel de personajes que son héroes de rutinas y poderes sin capa. Son 22 libros los escritos por tu pluma y yo me pregunto

Son dos preguntas clave. El porqué se debe, acaso, a que no sé hacer otra cosa, no puedo hacer otra cosa. A veces se me vienen ideas a la cabeza que me veo casi obligado a trasplantar a la pantalla. Luego evolucionan, se desarrollan, varían como en la música. El para qué es otra historia. En general, nuestras vidas son poco ricas, poco aventureras, casi planas. Inventar personajes y situaciones nos hace vivir muchas vidas. Mi protagonista de los dos Ashaverus, Enrique Fuster Bonín, tiene, sí, mi curiosidad, mi afán de saber y de averiguar cómo son las cosas y por qué, pero es mucho más valiente que yo. Si yo me hubiese infiltrado entre medio de los gerifaltes nazis, siendo judío con pasaporte falso, viviría del todo acobardado, anonadado por la constante amenaza de ser descubierto. La valentía que no tengo me la dio Enrique Fuster. Crear esas historias en mis novelas es como unas vacaciones sin guía en la selva amazónica.

  • Y ahora cuéntame el por qué y el para qué de Lejos de toda esa gente con ideas.

Tal es el origen de esta narración mía. El para qué, debo confesar que es un homenaje a mi padre, que protagonizó algunas de las anécdotas que se cuentan en ella. Mezclo historia, memoria e invención. Por ejemplo, hay un capítulo titulado Guerra en la guerra, en el cual se explica algo sucedido durante el enfrentamiento entre anarquistas y militantes del POUM, contra los del PSUC (o sea, comunistas) más los de Esquerra Repubicana (entre paréntesis, la izquiera siempre se ha llevado muy bien entre las diferentes facciones, se ceden el paso en las puertas “por favor, pase usted primero”, “¡oh, no!, ¿cómo voy a consentir?, tenga la bondad de pasar primero”, “no, no, se lo ruego, pase”, aunque en realidad sea para mejor darse la cuchillada por la espalda), en el año 38. Cuento que se emplazó un cañón en el Puente de Marina, apuntando al cuartel de Atarazanas, que entonces se renombró de Voroshilov, cañón que no llegó a disparar ante el riesgo de llevarse por delante edificos civiles por la falta de experiencia que tenían sus servidores. Ese detalle no lo he visto en ningún tratado histórico, sino que me lo contó en el año 74 un viejo anarquista que estuvo allí, junto a aquel cañón. Don Gil de Alcalá, teniente de ametralladoras que es el jefe de Roque Sanramón, es llamado así porque se apellida Gil, nacido en Alcalá de Henares, y porque le gusta mucho el vino de Jerez y en homenaje al Brindis de la zarzuela, ambientada en México, Don Gil de Alcalá. Lo hago morir de un morterazo cuando, en la retirada, ya a finales de enero del 39, está sentado junto a Roque y un borrego robado que no para de balar. Eso mismo le pasó a mi padre, acción en la cual su compañero murió y a él se le reventó el tímpano del oído izquierdo, a causa de lo cual quedó sordo de ese oído. Son dos ejemplos de esa mezcla. En cambio, la conversación entre Lorenzo Mena y Buenaventura Durruti es inventada, por supuesto, aunque “si non è vero, è ben trovato”, como diría un italiano. Otro aspecto absolutamente histórico es el hecho de que en la CNT de entonces hubo moderados y radicales, con constantes acusacionesy peleas entre ellos.

La novela nació de una forma, cuando menos, curiosa. En el año 2000 me vi precisado de internar a mis padres en una Residencia de ancianos. Allí conocí a varias personas, tanto internas como empleados. Y conocí el funcionamiento de una institución como esa, la situación de acompañamiento o abandono que sufren algunos viejos. Convertí en personaje de novela a un anciano con quien trabamos cierta amistad, un tal don Carlos, oficial de la Guardia Civil retirado. Empecé a escribir una ficción sobre una Residencia de ancianos sita en un edificio proyectado por un arquitecto, al estilo de Gaudí y llamado Amadeo Sisteró, que construye una chimenea que es símbolo del orgullo nacional y patrio. La Generalitat concibe el proyecto de trasladar pieza a pieza (como han hecho los americanos con algunas iglesias románicas) esa chimenea insigne a la plaza frente al Parlament de Catalunya, en el Parque de la Ciudadela, y convertir el edificio de maravillosa arquitectura en hotel de 5 estrellas. Es una novela coral, aunque uno de los personajes, un tal Ulises Sanramón Mena, hace de protagonista, en tanto un muerto, Agustín el Largo, especie de libélula o mosca cojonera cuya misión es proteger a Ulises, hijo del único amigo que tuvo en vida, Roque Sanramón, es el narrador. Quise en esa novela escribir también la vida de ese padre de Ulises, pero me salía un tocho de casi mil páginas, un libraco bueno para calzar mesas cojas. De modo que la dividí en dos: La insigne chimenea y Lejos de toda esa gente con ideas. En el año 2010 me premiaron la primera con el Francisco Umbral de Majadahonda y la publicaron, como has destacado tú en la presentación, quedando la otra pendiente. En marzo del 2020 tenía que haber firmado contrato con la editorial Nazarí durante la semana siguiente a la declaración de confinamiento por pandemia. Por supuesto, no fue posible y esta publicación se ha pospuesto hasta ahora. El personaje, Roque Sanramón Val, padre de aqule Ulises protagonista de La insigne chimenea, llega a Barcelona para trabajar desde un pueblo de Teruel, vive la prerrepública, la República, la guerra y la posguerra en el maquis. Por azar, conoce a Lorenzo Mena, anarquista de pro, que lo introduce, no solo en el sindicato, aunque Roque carezca de ideas políticas, sino también en su propia familia, y acaban siendo cuñados. A Lorenzo lo matan en el golpe de Estado militar del 36, y eso desencadena la rabia de Roque y su decisión de participar en aquella horrorosa Guerra Incivil nuestra.

  • Me encanta el título, es sin duda ilustrativo, ¿Cómo llegaste a enamorarte del mismo?

La cita está en los créditos del libro. Pertenece a una de las mejores novelas del siglo XX, Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, autor inglés que vivió en Canadá y México, y se refiere a esa gente que tiene ideas o ideologías y está dispuesto a matar o morir por ellas, en tanto el que la pronuncia, y de ahí viene lo mío en mi novela, puede tener ideas (que son como los culos, todo el mundo tiene uno), pero lo que más desea en el mundo es que lo dejen en paz, vivir, trabajar, tener una familia o no tenerla y disfrutar de la vida independiente, sin meterse con nadie, y morir en paz, rodeado de los suyos o, por desgracia, entubado en una clínica, pero no violentamente en una trinchera o bombardeado. Roque Sanramón es uno de esos. La novela está repartida en tres partes: Paz, Guerra y Muerte. La primera ocupa la mitad del texto, y las otras dos, la cuarta parte, aproximadamente, cada una. Al final, él vuelve a España desde su escondite en Francia con un grupo de guerrilleros anarquistas, pero su intención personal no es recuperar la República ni luchar contra el franquismo, sino recuperar a sus hijos gemelos, Ulises y Hércules, a quienes su esposa Paulina se ha visto obligada a dejar en Barcelona para ir en su busca después de ser acosada por un falanginsta bondadoso, lleno de buenas intenciones, sí, pero a quien ella aprecia pero no ama porque sigue queriendo a su marido Roque, que desafortunadamente está en Francia y sin posibilidades de volver a España donde sería fusilado de inmediato. Para ello, vale, necesita luchar contra el franquismo, sí, pero no es esa su pasión, sino sus hijos, su familia.

El tomo de Bajo el volcán fue un préstamo, y más tarde regalo, de mi querido amigo Salvador Montero, allá por los años en que era ilegal en el país. Es una edición y traducción latinoamericana (argentina si no recuerdo mal). Lo tengo subrayado por la cantidad de hallazgos literarios de los que está lleno.

  • ¿Hay algún resquicio autobiográfico en estas 408 páginas?
Ametralladora ligera Hotchkiss, arma que es la manejada en la Guerra Civil por Roque Sanramón Val

Sólo en lo que afecta a mi padre. Yo no soy Roque Sanramón. Aunque soy familiero, no lo soy tanto. Tal vez me acerque más a Lorenzo Mena en lo crítico con el poder, sea éste el oficial o el oficioso, en su caso el que procede del mismo sindicato anarquista, donde como en todos lados, también se ejercía el poder. Pero tampoco soy ese cenetista. No puede haber autobiografía por cuanto acaba la novela en 1945 con la muerte de Roque, y fue precisamente en el 45 cuando mis padres se hicieron novios, se casaron en el 47 y yo nací en el 49. Con todo, siempre se pone parte de uno mismo. Una novela o un poema, como un hijo o hija, son carne de mi carne.

  • Si nuestro ilustre personaje Roque, levantara la cabeza hoy, teniendo en cuenta nuestro presente y los conflictos que protagonizan nuestra realidad ¿Qué pensaría?

Seguramente diría: “¿otra vez?, ¿más de lo mismo?”. Por suerte, estamos en una época histórica donde ya no se estilan los enfrentamientos armados y espero, toquemos madera, que no acabará igual. España está hoy lo mismo de ideologizada que entonces, o quizá un poco menos, pero, hay muchísima menos gente dispuesta a morir por sus ideas; aunque quizá haya algunos que sí estén dispuestos a matar por ellas, si bien, naturalmente, se percatan de que matar implica muchas veces, morir a su vez y eso sí que no, hasta ahí podíamos llegar, yo quiero seguir con mis cubatas, mis ligues, mi pareja, mi trabajo, mis diversiones y mis hijos.

  • ¿Qué nos enseña Lejos de toda esa gente con ideas?

No es una novela de tesis. No pretende enseñar nada. Pero sí puede dar lugar a pensamientos con algunas frases o situaciones que aparecen en ella. Por ejemplo, Don Gil de Alcalá, en conversación con Roque, le dice que en España hay muchos pícaros y otros tantos inquisidores, pero los menos peligrosos son los primeros, pues solo te roban o engañan, mientras los inquisidores te queman en la hoguera o te pegan un tiro, que para el caso es lo mismo, o, también equivalente, te impiden expresarte, decir, opinar, hablar. Lorenzo Mena asegura que un fanático más otro fanático no son dos fanáticos sino una catástrofe. O, como tú misma, Vanessa, bien dices en tu presentación, que las revoluciones no existen, o como mucho nacen y se desarrollan en el interior de las personas; las revoluciones de masas son un fracaso y un baño de sangre, lo que de veras funciona y existe es la evolución, el lento pero seguro cambio de las sociedades, a veces por cosas tan nimias y aparentemente sin importancia como la lavadora, la comida rápida (para mal) o la píldora anticonceptiva. Lo que enseñe o deje de enseñar Lejos de toda esa gentecon ideas es problema del lector. Él o ella verán lo que hacen con este texto.

  • Sé que adoras la música es una de tus pasiones. ¿Cuéntanos qué supone la música para ti?

Vida. La música es para mí, ni más ni menos que vida. Al cumplir los cuarenta años, un otorrino quizá bebido o algo peor, me diagnosticó el síndrome de Ménier, un desarreglo del oído interno que produce mareos y a la larga, sordera absoluta. Me pillé una depresión gravísima. Me veía sin música, es decir, sin vida. Mi padre quiso que yo fuera músico, pero no servía. Estudié solfeo tan sólo, porque a los diez años, una enfermedad me impidió multiplicar mis estudios. Sin instrumento, tiene poco sentido estudiar música. Eso sí, me quedó una afición, un amor por ella enorme. Y mi gran obsesión es mezclar música con narrativa, aplicar las estructuras musicales, como la variación, la fuga, la estructura sonata, a la novela. En todas mis obras aparece la música menos en la penúltima novela publicada, Concierto triste para trío y coro, donde no hay música porque al protagonista no le va, pero sí aparece en el título. En esta novela homenajeo a la zarzuela, a la copla, es decir a la música popular de entonces. Y piénsese que la Repúbica fue una explosión de cultura, tanto la alta como la popular.

En la solapilla de este libro, y lo repito en cada una de mis novelas a despecho del editor que siempre se queja de que tanto texto no cabe, pero al final lo hace caber, digo que tres puntos forman el plano de mi vida: la literatura, la música y el amor. He sido profesor de Dibujo durante más de 30 años, lo que implica también impartir geometría. Se define un plano por tres puntos, o por dos rectas paralelas o por dos rectas que se cortan. Ese plano vital mío está formado así, y la música es un ingrediente vital para mí.

Firmando un libro para mi querido hermano-primo Miguel López-Coronado

No, ninguna. Apenas se compuso ninguna zarzuela después de la Guerra Civil, solamente Pablo Sorozábal (de cuya zarzuela La tabernera del puerto ha citado Vanessa unos versos al final de su presentación) siguió componiendo alguna con éxito relativo. De modo que durante el franquismo no se pudo tratar un tema como el que trato aquí. La primera parte, es decir la llamada Paz, es en sí misma una zarzuela, retrato de la vida del común, de la gente del pueblo, con sus amoríos y sus cursilerías, con sus mujeres fuertes y populares.

  • Y si esta obra fuera una zarzuela ¿Cuál sería?
  • Dices de ti que eres muy juguetón “el juego por el juego” ¿Cuál es el mayor juego de tu vida?

Soy juguetón, es verdad, pero de los tres aspectos que conforman mi vida, con la música juego de forma pasiva, porque la recibo, no la hago; con el amor se puede jugar… pero con tiento, con cuidado de no herir, de no malbaratar porque, como es un juego de dos, para la otra persona puede no ser un juego lo que uno considera que sí lo es; sin embargo, con la literatura puedo permitirme el lujo de jugar cuanto quiera. Si la fotografía vino a cambiar el estilo y enfoque de la pintura, y de ahí el expresionismo, el cubismo o la abstracción, el periodismo cambió la narrativa. No es que no sea posible contar una historia como en el siglo XIX, sino que está manido, ya está hecho. La novedad consiste en probar nuevas formas, llegar más hondo. El Ulises de Joyce parece ser especie de pistoletazo de salida. Los flashbacks o saltos en el tiempo hacia atrás, los personajes no humanos, el punto de vista variable, etc., son modos que hoy se imponen. En El maestro y margarita, de Mijail Bulgákov, por ejemplo, el diablo aparece en Moscú en forma de gato negro y a base de gamberradas monta un cisco en la capital rusa que pone de manifiesto la idiotez de las autoridades soviéticas. En Orlando, de Virgina Wolf, el personaje es hora hombre, hora mujer. Eso no se puede hacer en el periodismo, pero la literatura sí admite ese juego. Tal vez ese sea el mayor juego de mi vida: en esta novela que aquí presento, además de dirigirme directamente al lector, tratándolo como si fuera un coleguilla, el narrador se manifiesta en la última parte, cambiando de la tercera persona a la primera, es decir pasando de un narrador omnisciente a uno que no lo sabe todo, pero casi, porque está muerto y narra desde el Más Allá.

  •  Llegados a este punto ¿Nos regalarías por favor un pedacito de Lejos de toda esa gente con ideas?

Con mucho gusto leeré algunos fragmentos cortos.

Gracias Miguel, por tanto, y por supuesto, no puedo dejar de recordaros que ahora Miguel y Julio venderán esta obra y podréis llevaros la firma de un autor que vive con la creatividad palpitante en la yema de sus dedos.

Cerramos este episodio en la vida de todos nosotros con una reflexión sobre el tiempo propia del protagonista de este libro; Roque, que personalmente me parece una perla de conocimiento de vida que dice: “tal vez el tiempo que para otros consiste en una serie de jalones que lo van marcando, un decirse de aquí a un par de horas será el tiempo del bocadillo, o el domingo podré dormir, o el año que viene me casaré, en Roque se convertiría en el fluir sereno de un río en el llano. Por eso la tortura, le hizo poca mella, estaba tan habituado a que el presente fuera una gran realidad, algo tan superior a pasado o futuro, que fuera aquel grato o doloroso era lo que había”. Espero que vuestro tiempo, presente, con nosotros haya sido el fluir sereno de un río en el llano.

GRACIAS.

Si alguien tiene alguna pregunta que formular, creo que el autor estará encantado de contestar lo que pueda.

Alejandro Santiago, el editor, preguntó por la portada, a lo que detallé que la señora que aparece en primer plano es mi madre, mientras el niño que tiene a su izquierda, es decir, a la derecha del espectador, soy yo. Como podrá observarse, yo, de pequeñito, iba para Robert Redford, pero algo se estropeó en el camino. La broma no es mía, sino del actor Marty Feldman, sólo me la adjudico. El otro niño no es más que un duplicado informático, pues la diseñadora de la portada, sabiendo que la esposa del protagonista, Paulina, tiene gemelos, hizo un truco de esos que hoy permiten los ordenadores. El muchacho en ropa deportiva no sé quién es: está sacado de unas fotografías que pertenecieron a mis padres y probablemente es de alguna excursión con amigos que hizo mi padre en su juventud; el vagoncito que se ve debajo es del tren colgante del viejísimo Parque de Atracciones de Montjuich, de Barcelona, y el muchacho de primer plano es mi primo Juan, hermano mayor de este señor que está sentado en primera fila a la izquierda, mi querido hermano-primo Miguel; en ese mismo vagón están mi primo Francisco Franco… en realidad François Franco, pues es francés (este primo Miguel presente en la sala puntualizó de viva voz que, además, François lleva como segundo apellido el de Coronado, cosa de la que el otro no podía alardear) y detrás está mi también primo Miguel Coronado, todos aún vivos, por suerte, y mayores que yo. Como digo, todo sale de fotografías que mis padres tenían en cajas de zapatos y con las cuales, la diseñadora hizo un trabajo que a mí me parece precioso.

Quedó en el aire una pregunta sobre el lenguaje, como luego me comentaron, pero la premura en la hora de cierre de la Biblioteca Eugenio Trías no permitió ni pregunta ni contestación. De todas formas, en la presentación de Marina Tapia y cuya crónica está asimismo en este blog (es una anterior entrada) ya está respondida esa cuestión.

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La piel

¡Por Dios!, en lugar de cazar animalitos, tendrían que haber ido a Zara.

Mal que les pese a los animalistas, el humano se ha cubierto con pieles animales desde que empezó a perder pelo y se enfrentó a climas fríos. Por supuesto, ese humano no mataba animales sólo por su piel sino también para comérselos, para aprovechar los huesos como armas, adornos, agujas para coser esas pieles y los cubriesen con mayor eficacia que así, sueltas como a veces nos las presentan en las películas. No eran tontos aquellos humanos. Y pasaban frío.

Porque a todo esto, esas razas que nos precedieron, fueron perdiendo pelo y, por tanto, abrigo. Hoy estamos en cueros. En cueros vivos, en pieles vivas. Apenas conservamos pelo en lugares que, en apariencia, son absurdos. Dicen que la función de tales pelambreras es, justo, facilitar la emisión de olores, las dichosas feromonas. Pero como al mismo tiempo que el pelo (nada que ver con el vello, mucho más sutil), hemos ido perdiendo el olfato, no sé para qué diablos conservamos ese pelo en axilas y pubis, además de en la cabeza y, en el caso masculino, en la barba. Quizá por eso ahora, aunque la moda es muy anterior, tal vez de milenios, muchas personas se depilen hasta quedar prácticamente lampiños de cuello para abajo. No está mal. Es infantil.

Fueron las clases poderosas, cuya principal función era demostrar que lo eran, quienes se habituaron a vestirse con pieles de animales no útiles para otra cosa, como el armiño. Si se quiere, eso ya puede empezar a considerarse ofensivo.

Narvales saliendo a respirar

Claro que, mientras una tribu inuit caza un narval y no debe pasar nada, la nación japonesa caza miles de ballenas y sabemos que eso es una barbaridad, pero nos indignamos con el pobre esquimal porque el narval ¡es tan bonito, con su unicornio!, mientras la ballena jorobada es eso, jorobada y fea, de idéntica forma, aquellos reyes y emperadores vestidos de armiño no pusieron en peligro la existencia de esa alimaña, mientras hoy nos vemos obligados a criarlos en granjas porque si no se extinguirían. Es la demanda. La oferta se adapta.

Hoy se aprovechan de nuevo las pieles de los animales que solemos comernos: vaca, cordero, cabra, conejo. ¿Rata?, quién sabe. Los sombreros de castor ya no se estilan. Los reyes visten de militar, no de armiño. Vamos ganando. Los presidentes republicanos, ahí sí, visten a sus esposas de visón, ¡faltaba más! Los animalistas, de nuevo, se escandalizan, pero más por las pieles rumiantes o incluso roedoras. Respecto a visones y armiños, los liberan, causando gran beneficio a la fauna y flora local: según Lysenko, el gran biólogo marxista, el medio ambiente debe adaptarse a las necesidades de la Historia y de la Dialéctica.

¿Qué querrán los animalistas que hagamos con las pieles de esas bestias que nos comemos, a menudo en forma de hamburguesa?, ¿tirarlas para que no ofendan a nadie? Deberíamos comer menos hamburguesas, es cierto. Nada se dice de la dieta mediterránea, que no inventó la hamburguesa desgraciadamente: el señor McDonalds nunca nos lo perdonó. Pero si dejáramos de comer carne toda la humanidad, cosa muy recomendable, por otra parte, lo cierto es que al menos la mitad de nosotros sobraría por hambruna, pues los vegetales no dan para más; si se sustituyera por completo la dieta carnívora por la vegetariana, y aun vegana, mejoraría la emisión de gases de efecto invernadero (cuescos vacunos) pero se incrementaría (¿¡¡¡más!!!?) el uso de pesticidas, herbicidas, insecticidas. Diversas maneras de irse a tomar viento. Se podría aducir el caso indio, gran nación vegetariana (no todos) y de mayor población que China a estas alturas, pero ¿estaríamos dispuestos a aceptar nosotros su nivel de pobreza?, ¡oh, sí!, yo sí, el resto que se jorobe y aguante, para eso soy el sabio de la ciudadanía, el ideólogo, el teórico cuyo horizonte está ante su propio ombligo. Habría que preguntar a esos cuatro mil millones de humanos que desaparecerían por hambre, ¡por supuesto!, estrictamente vegetariana y pura, incorrupta, decente, pero si lo hacemos, y contamos de veras con lo que piensa el personal, ¡no se va a poder hacer nada por la imprescindible, necesaria, urgente revolución humana hacia un Mundo Mejor!

Pues algo así.

Pero ¡caramba!, yo no he venido a hablar de la historia de las pieles, sino de mi propia piel. Desde finales de abril de este año dos mil veintitrés, he tenido un problema grave en ese órgano que, dicen, es el de mayor amplitud, grandeza, extensión del cuerpo humano. Según Wikipedia, la piel de este bípedo a cuya raza actual pertenecemos, mide un par de metros cuadrados y pesa unos cinco kilos. Ya es pesar. ¿Cómo lo habrán averiguado?, me pregunto, ¿despellejando a alguien?, ¿sanbartolomizando? Yo estuve a punto de autobartolomizarme, es decir, de despellejarme yo mismo, y no por acción propia sino por alguna reacción física indeseada y repugnante generada desde mi propio interior, es decir desde mi yo. Mi padre tenía psoriasis, aunque le afectaba sólo a codos, rodillas y a veces, a manos, si bien yo jamás lo vi con las extremidades superiores en estado catastrófico como yo he visto las mías. Lo atribuía a la ingesta de pescado crudo en malas condiciones, no sé si achacable a las hambres de la retirada hacia Francia en mil novecientos treinta y nueve, o a las hambres de los campos de concentración franceses. Es lo mismo. Posiblemente, él también lo heredó. Porque la psoriasis es hereditaria. Como la caspa, y yo siempre he tenido caspa, como él. Se lo decía: otros heredan fortunas, cortijos, industrias, y yo he heredado la caspa. En verdad, no me dejó sólo eso, pero dejemos aparte sus virtudes. La psoriasis.

Ha sido una invasión. Cualquiera que haya hecho la mili, por no decir quienes hayan seguido la carrera militar, saben que una invasión es diferente a un ataque. El ataque devasta, asesina y se retira, o si ocupa es con una miserable guarnición. La invasión se queda, repuebla. Eso ha sido lo mío: una invasión psoriásica.

Pues también algo así he tenido, y sigo teniendo las manos

He ido perdiendo, prácticamente, toda la piel de mi cuerpo. Se ha salvado, y no del todo, la cara, y también, debo confesarlo, el sexo. Es una gran ventaja, aunque a estas alturas ya no sé para qué me sirve el colgajo. Y no hablo de la cara. En zonas la perdía por pejeringas (me gusta llamarlas así, y no pellejos, palabra más adecuada a la Academia, porque me parecen ridículas, patéticas, y, repito, repugnantes) de un par de centímetros cuadrados, e incluso algo más, a veces ya algo endurecidas y otras no, pieles que me recortaba mi mujer con unas tijeritas como quien retira hilachas de los bordes de un trapo. En otras zonas, y esas pérdidas han sido mucho más duraderas, son diminutas escoriaciones, casi polvillo que, barrido del suelo (le doy tanto trabajo a mi mujer que lloro de arrepentimiento), formaba un considerable fondo en el recogedor. ¡Medio kilo piel!, exclamaba yo con ese destierro de la preposición que, cada vez, se demuestra sintagma más inútil. Exageraba, por supuesto, tal vez dos, tres gramos, quizá en algún momento álgido, un decagramo. Pero, ¡es que era escandaloso!, y sigue siéndolo, aunque haya disminuido de forma significativa. Tal vez ya no sea cataluz sino andaluz puro. Los años.

Mi esposa me “embarduña” amorosamente de crema hidratante, terapia necesaria para amainar efectos y acelerar curación. Me pongo en cueros (pieles) ante ella y me aplica ese unto. Utiliza el verbo embarduñar, arcaísmo hoy sustituido por embadurnar. Mientras el primero da la sensación de barreño, de entrañable, la segunda, la académica y reconocida, lo da de barniz, de capa que cubre, embellece, protege ligeramente pero no beneficia internamente. Las palabras son importantes.

Pregunto: ¿sería aconsejable un trasplante de piel? Caso de ser esto posible, y ante lo quimérico de un aporte de algún joven o guaperas internacional, me apunto a ser trasplantado con la piel de un rinoceronte, mucho más resistente de la que ahora mismo me gasto. La del elefante también me vale, sólo que sobraría un montón. Bueno, siempre podremos echarle la culpa al Emérito. O la de un cocodrilo, si bien el aspecto conferido sería aún más repugnante, y correría el riesgo de ser declarado y adorado como Lutembi por los ínclitos miembros del Patafísico. Estaría bien la piel de una nutria (o de las que hicieran falta): su impermeabilidad quizá me haría tomarle más cariño al agua, siempre y cuando ello no me hiciera perdérselo al vino. En realidad, he cambiado tantas veces la piel de los pies que más parezco una lamia, un ser híbrido con basas de reptil o de rapaz.

Portada de La piel, de Curzio Malaparte, en edición de Galaxia Gutenberg

Es curioso porque ante una enfermedad de estas características todo el mundo te recomienda una cosa u otra. Incluso los médicos, que no tienen, de veras, veras, ni idea de qué es esto ni de cómo curarlo. ¡Hombre, nunca lo reconocerán, por descontado! Un matasanos, teóricamente experto en estos asuntos, me recetó hidratarme con Nivea, la del bote azul. Le hice caso: me dio un picor tal que pasé la noche rascándome como un mandril en lo alto de un baobab. Borrada la Nivea. La homeopatía era asimismo alabada. Las pastillitas. ¡Qué bonitas son!, lo que no sabía yo, porque nadie me lo dijo, y menos los homeópatas, es que para esta afección no debían ser ingeridas sino frotadas hasta su desgaste absoluto: por suerte, son pequeñas. Habría ido bien la acupuntura, mas ¿dónde encontrar un chino que no esté en un bazar? Difícil. La piel roja me ha hecho visionar cuanta película de indios y vaqueros se me ha puesto por delante, a ver si me asimilo y me normalizo. Ni por esas. ¡Ahora soy todo un sioux, un apache, salvaje, violento, de esos que trincan a la muchacha por la cintura y la besan desmayándola!

Una narración de Carlos Fuentes se tituló Cambio de piel. Debe ser de las pocas del mexicano que no he leído, pero, por supuesto, el título es metafórico, no literal. Hay otra novela de Curzio Malaparte titulada La piel, justamente. No la he leído, pero retrata, al parecer, la miseria italiana, y sobre todo napolitana, tras la Segunda Guerra Mundial y la invasión americana (por suerte, y contraviniendo la definición, no llegaron para quedarse, ni física ni políticamente, aunque impidieron el comunismo; pero eso ya estaba logrado sin ellos: los democristianos era invencibles, ayudados por la mafia, la camorra y la ndrangheta). Tras esa piel aparente, lo que es visible, existen unas tripas, unas entrañas que repugnan: el infortunio siempre es repulsivo, vale más taparlo. Los nazis fabricaban pantallas de lámparas y billeteras, no con piel humana, sino con piel de judío: a fin de cuentas, ellos no los consideraban humanos, ¡untermensch!, ¡subhombres! Con la mía se podría fabricar un cubrecama. Habría que recurrir a pegamento y elaborar una especie de aglomerado, como se hace con las virutas de mala madera. Dado que el español que no es judío ni moro, es alemán, como vengo diciendo desde hace años, mi piel sería tan útil para un nazi como la de cualquier Stern o Rabinovich. ¡A lo mejor es que no hay diferencia! Sin embargo, mi piel es mi piel, aunque ahora parte de ella sea como mis uñas cortadas o mis excrementos: excretada, mutada por otra. ¿Sigo siendo yo con nueva piel? Recuerdo a Cortázar y su personaje atesorador de esos recortes como si formaran aún parte de él.

Los médicos hacen lo que pueden, pero si creemos que lo saben todo o deberían saberlo todo, estamos, no ya errados, sino herrados, como los borricos.

Cualquier enfermedad, para quien la padece, tiene visos de una mutación. Un cambio interno que emerge a la superficie con la violencia, en ocasiones, de un submarino atacado o, mejor, de esos cetáceos cuya vista tanto atrae a los turistas y, con más razón, a los naturalistas que se preguntan el motivo de tales saltos: ¿limpieza, juego, comunicación? Y esa es la enfermedad: limpieza, tal vez juego de una naturaleza aleatoria y aburrida, comunicación de algo más grave. Hoy nadie puede decirlo. Pero esa mutación sentida es apartamiento, distancia respecto a los demás, por mucho que se acerquen a cuidar al mutante. No es que uno se vea como “la normalidad”, ni con respecto a los otros ni a sí mismo, pero el ser que hasta ahora se encontraba en el espejo ya no está ahí del todo: lo que ha cambiado es sustancial. ¿Pasará?, no siempre. ¿Esta invasión ha venido para quedarse?, ¿tendrá recidivas?, ¿cada primavera me tocará convertirme en un arapahoe cubierto de pieles no de mis presas devoradas sino propias, recubierto de pejeringas y polvillo. Así, polvoriento es mi estado. Dejémoslo.

Hay algo negativo detrás de todo esto, y no es precisamente respecto al paciente, y en este caso, claro, a mí. Tiene que ver con esa mutación. Es el egoísmo del enfermo. Su malestar es tal que se encierra en un capullo dentro del cual, él es quien peor se siente del universo. Es incapaz de pensar, no ya en la existencia de personas más dolientes que él, que siempre las hay, sino que quien está a su lado y lo ayuda puede estar cansado, asqueado, harto, reventado psicológicamente. Eso es lo normal, luego están los santos. De esos hay pocos.

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Presentación de mi novela Lejos de toda esa gente con ideas

El acto tuvo lugar en el Centro Artístico Literario y Científico de Granada el 9 de mayo de este año 2023. La presentación transcurrió como acostumbra el protocolo: una diminuta introducción del responsable de cultura del CALC, y a continuación primero intervino el editor, luego la presentadora propiamente, y al fin leí unos cortos párrafos significativos para que los presentes hicieran cata del contenido narrativo. Las palabras de Alejandro Santiago, editor de Nazarí fueron las siguientes:

Presentación del editor Alejandro Santiago

Buenas tardes, soy Alejandro Santiago, editor de Editorial Nazarí, como la mayoría bien sabéis, y quiero daros la bienvenida a la presentación de Lejos de toda esa gente con ideas, última novela de Miguel Arnas Coronado. Me vais a permitir que os tutee, ya nos conocemos, a mí me gusta alejarme de los formalismos y hacer los actos más cercanos. Muchas gracias por acompañarnos, sin vosotros esto no tendría sentido.

Quiero agradecer al Centro Artístico, Literario y Científico de Granada su buena acogida, como siempre, y la predisposición para ceder sus instalaciones para este acto, y a todo el personal implicado en que esto salga adelante con las mayores facilidades y comodidades posibles.

Hace apenas una semana terminó la locura, bendita locura de la Feria del Libro. Es una gran fiesta para lectores y escritores, también para libreros y editores, pero os aseguro que también es un gran esfuerzo que consume mucha energía. Terminada la feria, parece que los editores entramos en depresión laboral, parece que se ha cerrado una etapa muy estresante en la que hemos conseguido llegar a publicar todo lo que queríamos que tuviera visibilidad para la feria. Eso incluye la edición de este libro, ‘Lejos de toda esa gente con ideas’. Durante la feria nos olvidamos de corregir, maquetar, diseñar, de ISBNs y demás. Pero mayo nos devuelve a la vida con presentaciones de libros que aún no se han realizado o que hay que seguir presentando. Y creo que son las presentaciones de mayo, estas que se preparan con más calma y con menos cosas en la cabeza, las que más se disfrutan. Ya no estás pensando en correcciones, cómo irá la portada, los plazos de la imprenta, si has entregado los libros del depósito legal… Mayo es distinto, es la antesala a un verano donde la mayoría de editores podemos leer por placer y hablar con los amigos sobre libros con el piloto del trabajo apagado. Y, Miguel, yo voy a hablar con los amigos de tu libro. Como te dije, es el que más me ha gustado de los que te he leído. Y lo digo en mayo, más relajado que de costumbre. Ahora después me espabilo y os pido lo habitual, que leáis y compréis libros, pero necesitaba hacer esta reflexión y anunciar a Miguel que hoy he venido a disfrutar de la charla relajadamente. Así que le traslado la presión de encandilar a los presentes al escritor.

Juan Chirveches, responsable de literatura del CALC, haciendo la breve introducción

Pero antes de eso, debo agradecer a Marina Tapia que haya querido acompañarnos en la presentación de este libro. La conocéis sobradamente, pero eso no significa que no haya que presentarla. Poeta, artista plástica y divulgadora cultural nacida en Chile, aunque ya lleva la mitad de su vida en España. La conocí en 2013, cuando publicó en Editorial Nazarí el poemario El relámpago en la habitación, al que siguieron otros muchos poemarios, el último se titula Corteza, editado con Elenvés Editoras con el que también participó en la Feria del Libro de Granada. ¡Bendita feria, que nos ofrece todo a la vez en el mismo sitio! Si no podemos llegar a todo, al menos sí nos llega la información y podemos posteriormente disfrutar de los libros, que no caducan. Ganadora de numerosos premios, traducida al griego y al portugués. Estoy seguro de que vamos a disfrutar de las palabras de Marina sobre Miguel y su novela. Muchas gracias, Marina, por acompañarnos hoy.

A Miguel Arnas Coronado tampoco lo tengo que presentar, principalmente porque habéis venido a verle y escucharle y no a mí, pero igualmente os mencionaré que lo conozco también más o menos por las mismas fechas, también le publiqué en 2014 Ashaverus el libidinoso, al año siguiente Nos, y estoy enormemente agradecido de que vuelva a confiar en mi trabajo para publicar una nueva novela. Cuenta con otros títulos publicados, como El árbol, Buscar o no buscar, La insigne chimenea, Piano en pájaro o Concierto triste para trío y coro. Varias de sus novelas han sido premiadas. Cuando te dan un premio puede ser casualidad; cuando te dan varios es que lo mismo sabes lo que haces. Y por último mencionaré que es miembro del Institutum Pataphisicum Granatensis y de la Academia de Buenas Letras de Granada. Porque si sigo no terminamos hoy.

Logotipo de Editorial Nazarí

Tengo que dar las gracias a Miguel no solo por elegir Editorial Nazarí y confiar en mi trabajo para publicar su último libro, sino por las facilidades que da al editor cuando se le pide que aquí hay que remangarse y dar el callo. Porque como es común, el editor ve el texto y da su opinión y consejo, pero el dueño de ese texto es el autor y si hay que hacer cambios sustanciales más allá de las correcciones, esos cambios debe hacerlos el autor. Y en el caso de este libro os aseguro que Miguel se pegó un currazo al escribirlo y otro al revisarlo, pues se eliminaron más de 1400 comillas de narración en estilo directo. Parido el libro, ahora queda en anécdota, el sufrimiento se lleva por dentro.

Sobre la historia os hablarán Marina y Miguel y si algo falta, en el turno de preguntas vuelvo a intervenir. Sí que quiero dejar una pregunta en el aire para que cuando Miguel intervenga la desarrolle si así lo quiere.

Quienes conocéis a Miguel sabéis que es un guasón y que cuando escribe también le gusta divertirse. En este libro no podía ser menos, pese a lo luctuoso y cruento que resulta una guerra civil. Él se divierte con la escritura, no con lo que sucede a los personajes, y lo hace con juegos narrativos. Os vais a encontrar un libro escrito en pasado en tercera persona con narrador omnisciente que todo lo sabe, pero en la primera parte, no os voy a decir cuándo ni de qué se trata, para que os sorprenda y lo disfrutéis, os encontraréis con una escena narrada en presente, donde Miguel acerca el tiempo de una forma magistral para que percibamos lo que viven los protagonistas. Más adelante Miguel recurre al engaño, nos cambia de narrador y usa a uno de los protagonistas como narrador testigo, que en este caso no lo sabe todo, pero sí muchas cosas. Y hace un tercer juego, que nos os voy a desvelar y que os sorprenderá.

Cedo la palabra a Marina y Miguel reiterando mis agradecimientos. Os recuerdo, sin ser pesado, que leáis mucho, que compréis libros y que si podéis, compréis este libro, que así podremos publicar más como este.

Gracias, Miguel, por elegir Editorial Nazarí, espero que quienes se acerquen a las páginas de este libro disfruten tanto como tú escribiéndolo y yo editándolo.

Muchas gracias.

Tras estas palabras, hice un pequeño encomio de la tarea de este insigne editor, tan cuidadoso en continente y contenido. Afirmé haber leído una novela de la premio Nobel Nadine Gordimer y haberme encontrado gazapos en la edición española de una gran editorial. Cosa que no ocurre, ni puede ocurrir en Nazarí, y no es solo a causa de mi trabajo, sino sobre todo al de Alejandro, cuidadosísimo con esos detalles y digno sucesor en calidad de otro editori grande, aunque pequeño en tamaño, granadino: Ángel Moyano de ed. Port Royal, ya jubilado.

Transcribo aquí aproximadamente la presentación que la poeta chilena, residente en Granada, Marina Tapia, me hizo de esta novela. Digo transcripción aproximada porque, como se podrá ver, además de una presentación en puridad, la cosa transcurrió con una serie de preguntas que respondí como Dios me dio a entender, y no hubo grabación, de modo que lo que aquí reflejo es casi, sólo casi aquello de lo que se habló.

Presentación de Marina Tapia:

Nunca había tenido la oportunidad de leer una novela donde el elemento social estuviera tan presente, en la que las fuerzas políticas −con todos sus matices y contradicciones− fueran realmente los personajes. Ellas son las que hablan a través de adeptos y advenedizos, las que se despliegan por el mapa, las que mueren y luego se reencarnan en nuevas voces que repiten un discurso viejo, las que modelan facetas que parecen nuevas pero que vienen de los mismos moldes, son ellas las que siguen moviendo −hasta el final− los impulsos y los deseos de estas generaciones marcadas por su trágico sello.

               Miguel Arnas logra apasionar al lector con las contiendas privadas y las públicas, con el patio interior de lo íntimo y con la fachada de lo colectivo; hace que enferme de una deliciosa angustia que lo mantiene en vilo, casi exhausto, suplicando un final y, a la vez, deseando que no se rompa esa burbuja que el narrador ha creado.

               Héroes que bajan del pedestal y vuelven a subir, antihéroes que viven a través de otros, personas alimentadas por la venganza, el pícaro luchando contra el inquisidor, arquetipos y proyectos de hombres asesinados antes de tiempo, muertos que siguen vivos para narrar su visión de la contienda.  Y en medio de toda esta inquietud: el humor, la picardía de los diálogos, el desparpajo de los viejos que siguen visitando el cabaré, la guerra y la posguerra acompasada con el punteo de zarzuelas, habaneras y coplas. Miguel nos recuerda que “ningún fanático tiene sentido del humor”, por eso, en los momentos en los que el mundo se desmorona, es la jocosidad y el ingenio de los pobres y miserables los que lo salvan.  Mientras leía este libro apasionante, por momentos me imaginaba que era el mismísimo Sancho Panza el que me contaba la historia, salpicándola con dichos y refranes, como cuando dice (por escoger un ejemplo entre mil) que la república debía hacerse “a paso de burra preñada”. Todo este abanico de saberes populares tan bien traídos y presentados al lector dan agilidad a la obra, la hacen tan viva y colorida como un tapiz de Goya.

               Después de leer este libro, uno se lamenta de la ausencia −en la actualidad− de esas conversaciones y debates proyectando un mundo más equitativo, de ese comprometerse hasta el punto de arriesgarlo todo y perder la vida, de ese cuestionamiento incómodo del tejido social, cuando el consumismo, la poltronería y la falta de convicciones aún no habían borrado esa ética humanista, cuando las sociedades no eran bipartidistas, mediatizadas y fácilmente manejables.  Aunque Miguel, con su experiencia y buen criterio, nos advierte a través de Celedonio lo siguiente: “Mantente alejado de toda esa gente con ideas (…) los españoles vivimos, no teorizamos; pero por eso precisamente, cuando pillamos alguna idea nos aferramos a ella creyéndola la solución a todos nuestros pesares, nuestra pobreza, nuestro estoicismo”.

Ametralladora Hotchkiss, de tanta importancia en la segunda parte de esta novela

               Os aseguro que con esta novela os ocurrirá como a mí, que os identificareis muy fácilmente con su protagonista. Observad la exquisita trampa del autor en la que he caído: yo, extranjera como Roque Sanramón, charnego y chilena, mirándonos entre la frontera de las páginas, expuestos casi siempre al factor suerte, a la deriva, a tomar decisiones vitales en poco tiempo, casi por tanteo, más que por convicción. Personajes marcados por las circunstancias, como cada uno de los aquí descritos, como cada uno de los que estamos aquí presentes.

               Dejémonos llevar hacia esta dramática etapa de nuestra historia de la mano de  “Tiroalplato”, de Paulina, de Pili Pilón,  del carbonero bibliófilo, de Lorenzo, de los gemelos Ulises y Hércules, de Clot y Elisenda, de  Agustín “el Largo” o de monsieur Claude. Con la guía de este autor que se arriesga cambiando la voz del narrador, que describe de forma emotiva y magistral la llegada de refugiados a las playas de Saint Cyprien. Estaréis ya para siempre traspasados por el tiro certero de su Mauser, por ese estilo único que se empapa de lo histórico y veraz, para transformarlo en literatura atmosférica, capaz de quedarse prendida con fuerza en las nubes de nuestro pensamiento.

Preguntas

Miguel, ¿de dónde salió la idea de esta novela?

Hará unos 20 años me vi en la imprescindible necesidad de internar a mis padres en una Residencia de Ancianos en Santa Fe, Granada. Allí fue donde se me ocurrió la idea de mezclar en una misma obra algunos recuerdos de mi padre, inventándome un personaje que le siguiera en algunas cosas su peripecia, además de aludir a una Residencia de la Tercera Edad en un pueblo catalán inventado, obra arquitectónica de un afamado artista, con una chimenea que debería representar el orgullo creador de Cataluña. Me percaté de que estaba creando un monstruo complejo y de demasiadas páginas, de modo que separé ambas ideas. De lo segundo nació La insigne chimenea, la novela por la que me fue concedido el Premio Francisco Umbral de Majadahonda en 2010. De lo primero, esa historia de un emigrante aragonés en Barcelona, nació esta que aquí se presenta. Mi padre nació ya en Barcelona y nada tuvo que ver con epopeyas de la CNT, de modo que mi personaje Roque Sanramón Val es totalmente inventado, sólo que algunas de las aventuras que le sucedieron se las he adjudicado a él. La memoria, diferente de la Historia, queda así resguardada, documentada en algo que en esencia es falso: la novela. Debo decir también, para divertimento del personal, que el apellido Sanramón, leído del revés, sonará Nom/arnas, y nom es la palabra francesa para decir apellido.

¿Y ese título extraño?

¿Qué parte es histórica?, porque no se puede dudar que también es novela histórica.

Portada de la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry

La frase viene de la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, que conoció a su primera esposa, casualmente y de tropezón, en Granada. Es novela que siempre me ha emocionado pues la considero una de las mejores del siglo XX, rico en ellas. Es título largo pero explicativo: Roque Sanramón es persona que solo quiere vivir en paz, que lo dejen trabajar, vivir dignamente, tener una familia y morir en su cama rodeado de los suyos; lo social lo inquieta pero no lo obsesiona, pertenece a esa tercera España que no se quería pelear, que no era fascista ni “roja”, que se ve envuelto en la vorágine sin comerlo ni beberlo, casi, sólo por fidelidad a la familia en la que se integra al llegar a Barcelona, y por cariño a su amigo Lorenzo, cuñado y casi hermano, por rabia contra aquellos que lo matan siendo un hombre bueno y cabal. Las ideas, o mejor dicho las ideologías, son a veces nefastas y se ha demostrado en el siglo XX, en eso tan aciago; y entiendo por ideologías tanto las políticas como las religiosas, tanto monta. Chicho Sánchez Ferlosio dijo, parafraseando a Jesucristo, “las ideas son para los hombres, y no los hombres para las ideas”. Lo malo es que cuando alguien trinca una idea, parece que todo va a girar en torno a ella, por eso las ideas, o las ideologías, acaban esclavizando a los hombres.

¿Es novela de un solo protagonista, es novela coral?, explica un poquito eso.

Es novela de un solo protagonista, pero digamos que los secundarios son importantísimos. En algunos casos solo doy pinceladas de ellos, pero en otros profundizo: Lorenzo, Paulina, hermana de este y esposa de Roque, Celedonio Gil, teniente de ametralladoras y por mal nombre don Gil de Alcalá, Agustín el Largo son los 4 más importantes. A mí, que tanto me apasiona la música y su aplicación en la literatura, me gusta decir que esta novela mía es un oratorio o una cantata para 5 solistas y coro. También me gusta destacar que es homenaje a la zarzuela, el género teatral cantado español, y a la música popular.

 Ya he dicho que la memoria es personal, mientras la Historia es lo documentado, lo que aparece en los rigurosos libros y manuales de historia. Aquí mezclo ambas. La memoria, por ejemplo, viene de esas anécdotas paternas. Hay un caso que escenifico y que es memoria e historia a la vez: por un trabajo que debí hacer en el año 75 me entrevisté con un militante anarquista que en los hechos de mayo del 37 había estado como servidor de un cañón, requisado en un taller de reparación, y que se implantó en el barcelonés puente de Marina, apuntando al cuartel de Atarazanas, entonces de Voroshílov, ocupado por las fuerzas comunistas y de ERC. El cañón no llegó a ser disparado porque se dieron cuenta del peligro de errar y destrozar edificios habitados, además del riesgo de que él mismo explotara por estar en compostura. Sitúo a Roque llamando a la razón a estos servidores. No he visto el episodio en ningún libro de Historia, pero me fue narrado por alguien que estuvo allí, presente, y lo vio. El peligro en el 36 no era el comunismo, pues, y son datos fehacientes, el 18 de julio contaba con 15000 militantes tan sólo. Quizá el Partido Animalista tenga hoy más. Fue el 19 cuando Santiago Carrillo con las Juventudes Socialistas (llamadas las Jesú) se pasó en bloque al PC. El peligro estuvo en las prisas que les entraron a unos y otros por hacer la revolución. A unos por hacerla anarquista o comunista (socialista se decía entonces: a fin de cuentas, Largo Caballero era del PSOE) y a otros por hacer la revolución conservadora, religiosa y falangista. Todo revolucionario quiere ver el producto de su actividad en vida, y eso siempre es un error. Franco fue un revolucionario, nos guste o no, pues a fin de cuentas, la revolución es todo cambio brusco, no paulatino. Estamos acostumbrados a atribuir la palabra revolución a las izquierdas, pero no es así: revolución es cambio brusco.

No he tratado de hacer novela de buenos y malos. Entre la gente republicana representada hay una buena cantidad de buenas personas, pero también están El Serra y Oliarte; el primero es un chaval sádico, apuntado a las Patrullas de Control que vigilaban las entradas y salidas de las ciudades, así como sus aledaños para evitar huidas de burgueses, contrabando, quintacoluminstas, etc., y asqueado por su violencia, Roque le pega un tiro; Oliarte es un Comisario Político prosoviético que tiene bajo su ojo severo a la sección de ametralladoras de Celedonio Gil por ser más o menos de origen anarquista, y por supuesto, no los deja vivir. Entre los rebeldes, antes o después, está Amador Ureña, señorito sádico, falangista amante, no de la idea, sino del uniforme y de tener poderío sobre las putas, en tanto Martín Toral, ex cenetista reconvertido en falangista (hubo algunos: los amenazaron, dándoles la alternativa de ayudar a la organización del sindicato vertical o ser fusilados) es una buena persona que se acerca a Paulina, cuyo marido Roque, ha tenido que pasar a Francia, para ayudarla en la Barcelona hambrienta de finales del año 39, principios del 40.

Proclamación de la II República o la «alegría del 14 de abril»

Para aclarar, debo decir  que Roque llega a Barcelona en el año 29, vive la obra de la Exposición Universal, colabora con CNT trabajando en una imprenta donde se estampa todo el material de publicidad anarquista, conoce por casualidad en ella a la familia Mena, se emparenta con ella, vive la República, se mete en la guerra por los motivos antedichos, se ve obligado a pasar a Francia donde finalmente recibe a su esposa Paulina que se ha visto obligada a dejar a sus hijos gemelos en Barcelona, asediada, en cierta forma, por ese Martín Toral, y ya por último, Roque se integra en la banda del Oli, una de tantos grupos de maquis que operaron tanto al final como después de la 2ª Guerra Mundial entre Francia y España.

De hecho, la primera parte, Paz, abarca la mitad del texto, en tanto las otras dos, Guerra y Muerte, corresponden cada una a la cuarta parte de la paginación.

En la novela hay varias historias de amor, aunque una es la principal, la del protagonista, Roque Sanramón y su esposa Paulina. Pero también hay grandísimas historias de amistad. Háblanos de ellas.

El amor, en la novela es importante, pero me parece, o al menos así lo he intentado, es mucho más importante la amistad. Roque Sanramón no está propiamente enamorado de Paulina: la quiere y la convierte en su esposa, en la persona con quien desearía envejecer, en cuyos brazos querría morir ya viejo. A él le gusta la Llúcia, una prostituta a quien conoce nada más llegar a Barcelona, pero eso, claro, es imposible. Ahí distingo entre el amor pasión y la “costumbre”, como la llamaba Unamuno, para quien esto último era mucho más humano, grato y productivo. Lo de veras grande en mi novela, ya he dicho, es la amistad: las de Roque por Lorenzo, luego por su teniente, Celedonio Gil o don Gil de Alcalá (el mote se le pone por su afición al vinillo de Jerez, aludiendo a cierto brindis famoso de la zarzuela del mismo nombre, y por el azar de que Celedonio nació en Alcalá de Henares, hijo de un guardia civil que está en la retaguardia del Ejército Nacional rebelde). Y posteriormente por Agustín Peregrina el Largo, granadino pícaro cuya única obsesión es recuperar el producto de sus robos y comisiones acumulados durante su trabajo como carabinero durante la República. Ni Celedonio ni Agustín tienen amores, sus preocupaciones o empeños, son otros.

¿Cuánto tiene de comedia, de drama, de tragedia?

Toda esa larga primera parte tiene mucho de tragicomedia, y más de comedia que de tragedia, sólo un poquito de drama. En realidad, esa mitad es una zarzuela, no es sólo un homenaje sino propiamente, una zarzuela. Son las otras dos partes donde se da el drama y la tragedia.

La ironía, el humor, siempre son ingredientes de tu narrativa.

Siempre. Se me ha acusado de socarronería. Es cierto. Lorenzo Mena, anarcosindicalista moderado a veces, aunque en otras se decanta más hacia la radicalidad, les pide a los dirigentes anarquistas que para toda esa labor social vayan “a paso de burra preñada”, es decir poquito a poco, con tiento. Al poder, aunque éste lo repudie de boquilla, le sienta fatal la risa, la ironía. A esos que con mucha energía pregonan a quienes quieran oírlos, que ellos jamás transigirán con, pasarán por, los llama los “yojamás”. Respecto a las prisas revolucionarias, es evidente que esa chanza solo va con los dirigentes. A quienes están o estaban pasando hambre, miseria, necesidad, no se les podía decir tal pues lo que precisaban era solucionar ya su hambre, su miseria, su necesidad. Ocurre eso sí, que tanto entonces como ahora éstos se dejan llevar, y es lógico, por sus dirigentes, y son éstos quienes llevan a la ruina a las gentes, por estupidez, prisa, incomprensión de la sociedad, incompetencia.

La muerte de Lorenzo, la actitud de la madre y la de Roque ante él, recuerdan a la muerte de Cristo. ¿Fue intencionado? ¿Has querido hacer algún tipo de parangón, de evocación del sufrimiento humano?

Cuando escribí esa escena, con esa recogida del cadáver por parte de Roque, el transporte en la carretilla entre los tiros de aquel 19 de julio de 1936, que fue cuando la intentona golpista fracasó, pero a costa de muchos muertos de uno y otro bando, la subida con él a cuestas por la escalera de la casa donde vive la madre y ellos mismos, cuando la escribí, digo, no fui consciente. Luego sí me percaté de que había hecho algo recordatorio de la muerte de Cristo, de cualquier muerte violenta por guerra o ejecución. Con todo el profundo respeto, no solo por la religión cristiana, sino por cualquier religión, nunca he entendido cómo puede ser que una fe fundada por alguien que fue condenado a muerte ha podido mantener y defender esa pena durante siglos, por suerte, ya desaparecida, por supuesto, cómo ha podido defender la muerte violenta en guerras. Es tiempo pasado: la razón ha reconvertido a algunas religiones en pacifistas. Menos mal.

Hay momentos francamente llorosos. ¿Has pretendido hacer una prosa sentimental?

Ha sido inevitable. El sentimiento está ahí.

Pero al mismo tiempo, el sentido del humor, la sonrisa, la risa y hasta la carcajada, la ironía o el sarcasmo, están presentes de continuo. Aquí hay dos personas responsables de la ironía: Lorenzo Mena y Agustín el Largo.

Ya he hablado del papel del humor en mi obra. Tragedia más tiempo, igual a comedia, dijo Woody Allen, y tiene razón. No es que hoy podamos reírnos de la Guerra Civil o de aquellos tiempos, pero no debemos olvidar que hay estudiantes de ESO que sitúan a Franco en el siglo XV.

Debiste de documentarte bastante, ¿no?

Sí, claro. Hay un montón de manuales históricos sobre la Guerra Civil. Compré un libro con la biografía de los hermanos Sabaté, maquis que actuaron como mi personaje el Oli, a finales de la 2ª Guerra Mundial y recién acabada ésta. Muchas de las cosas, también es cierto, pueden encontrarse en internet. Y la memoria, es decir, ese conjunto de recuerdos orales de mi padre.

¿No crees que pueda ser malo regodearse en el pasado?, ¿o crees que es necesario?

Ni olvidar ni estar continuamente evocando. Hoy se habla de Memoria Histórica y eso, como ya he dicho, es un oxímoron: si es memoria es personal, si es Historia es de documentos. Por otra parte, hay que estudiar Historia, así, con mayúsculas, aunque solo sea por la vieja frase de quien no recuerda su historia está condenándose a repetirla.

Tras la presentación, con Rosa y Ángel Olgoso, compañero del alma de Marina Tapia y excelente narrador.

Utilizas palabras o frases catalanas, que traduces, pues a fin de cuentas buena parte de la historia transcurre en Barcelona. También palabras del dialecto aragonés por la procedencia de los protagonistas, y hasta en francés o patois. ¿Qué importancia tiene para ti el lenguaje?

El lenguaje es vital para mí en la literatura. Es la diferencia entre lo vulgar, lo cotidiano, y lo artístico, creo yo. El pintor no utiliza un amarillo cualquiera, sino ESE amarillo. El escritor no usa una palabra cualquiera, una frase mal pergeñada, una escena mal calculada: modifica la realidad para que ésta sea artística. Traduzco esas frases que pongo en catalán, en dialecto aragonés o en francés. Barcelona siempre fue tierra de aluvión, mestiza. Y sigue siéndolo. Hay barrios, como el Raval, donde se escucha más urdu que catalán o español. Eso es lo que hay. La emigración tuvo en Barcelona gran importancia, no solo en los años 60 del pasado siglo, sino durante todo él. La palabra charnego se aplicó a los hijos de catalana y francés durante la guerra de Independencia. Se retomó para aplicarla despreciativamente a aquellos murcianos, sobre todo, que llegaron en el año 29 a trabajar en la obra de la Exposición Universal por un plante de los obreros catalanes. Siempre es lo mismo. El emigrante llega a un lugar para buscarse la vida y es despreciado por los originarios. Como decía Juan Goytisolo, los españoles que fuimos a parar a Europa para trabajar en los años 60 y 70, “éramos muy ruidosos, nuestra cocina apestaba y teníamos demasiados hijos”. Sigue siendo así, pero no nos preocupa que la pirámide poblacional se invierta porque nosotros no nos ponemos a tener hijos, y a esos emigrantes, que sí los tienen, los despreciamos, cuando los necesitamos como agua de mayo.

España es nación con cuatro idiomas (¡qué riqueza!) y un montón de dialectos o de diferentes evoluciones de la lengua española, aunque disfrutamos de una lingua franca, ésta, el español. No hay sino leerse manuales de Historia de la Lengua para aceptar esto.

Al final revelas algo trascendente: quién está contando la historia. Pero la historia la cuenta un muerto, de modo que eso también es falso.

Portada de mi novela La insigne chimenea

Para mí, en narrativa, hay una cuestión misteriosa: ¿quién narra? Durante todo el siglo XIX, el narrador fue omnisciente, alguien que todo lo sabía, el dominador del cuento. El siglo XX utilizó la primera persona (ya se había hecho), donde el narrador sabe lo que sabe, nada más, usó la segunda persona (Juan Goytisolo, por ejemplo), e incluso pronombres plurales. Hay un hecho indudable: el narrador es el autor, por supuesto, pero éste se disfraza, toma individualidades diferentes, incluso colectivas, como ya he dicho. Esta ofuscación aparece en varias de mis novelas y aquí, en ésta, que es muy lineal, muy narrativa, sin incursiones ni mezclas, no podía ser menos. El narrador es Agustín el Largo, y eso se revela en la tercera parte, que ya está muerto cuando cuenta todo esto. Él me lo dicta, y no no soy sino un pánfilo creído de estar escribiendo una novela cuando no hago más que actuar al dictado. También lo convertí en narrador en La insigne chimenea, donde era especie de libélula o mosca cojonera, siempre dispuesto a proteger a Ulises Sanramón, hijo de Roque y Paulina. Es un juego, y la literatura, desde Scherezade, es un juego donde uno se juega la vida.

En ese final enlazas con tu premiada novela La insigne chimenea. Es un truco extraño, una autocita.

En efecto, esos personajes que aquí aparecen, y no solo Agustín el Largo, aparecieron allí: la Pili Pilón, o doña Pilar Cartones, Rafael, el cabo de la Guardia Civil que vence y mata a toda la partida del Oli, el mismo Ulises. Como ya he dicho, es que estas dos novelas nacieron dicigóticas. Esa novela premiada, La insigne chimenea, aún se puede encontrar en internet. A quien le llame la atención, que la lea.

En las últimas páginas citas una frase enigmática: “alegrarse señores, que todo es un cuento, y nada es verdad”, y lo haces dos veces. ¿De dónde procede esa frase y qué intención tiene?

La frase pertenece al libreto de una zarzuela, La Dogaresa. Es de un cuento y tarantela que canta Miccone, el bufón del Dux de Venecia. Este Dux quiere beneficiarse a Marietta, pero ella está enamorada de Paolo. Para quitárselo de encima, el Dux lo condena a muerte, y Miccone canta esa tarantela en la cual cuenta la historia de un señor feudal cuya amante huye con “gentil zagal”; los persigue, los alcanza y los mata a ambos. Es una denuncia encubierta de la maldad del Dux, apuntando a su tiranía. Al final de esta tarantela el bufón suelta esa frase, para quitarle hierro al asunto, para que no sea tan aparente la denuncia. Todo es un cuento y nada es verdad: esa es la razón de ser de la literatura que siempre miente. Lo dijo Fernando Pessoa, el vate portugués: el poeta siempre miente. Por eso las guerras son atractivas, divertidas, por supuesto en la ficción, sea ésta novela, cine, serie de televisión, juego de ordenador: porque son falsas; cuando son de verdad, como hoy está sucediendo en Ucrania, Sudán o Israel, no le hacen ni pizca de gracia a sus víctimas, a quienes las padecen.

Alejandro Santiago, el editor, preguntó tras esta extraordinaria serie tan aclaradora, por el significado de la portada, y aclaré que la señora que se ve en primer plano es mi madre conmigo de su mano, pues soy el niño que está a la derecha del espectador. El otro niño fue duplicado de mi imagen por la diseñadora, cosa necesario por cuanto Paulina, en la novela, tiene dos hijos gemelos (nunca sabré si soy Ulises el bondadoso y tranquilo o Hércules, el violento y mala saña; acaso tenga, como mucha gente, cosas de ambos), y cosa bonita por su habilidad. Sobre esa fotografía hay lo que parece una manifestación, pero en realidad es la foto antigua de un entierro, del que también la diseñadora tapó el ataúd. El muchacho semitumbado aparece en una foto antigua que tenía mi padre, como todas ellas usadas para esta combinación de imágenes, y no sé quién es: da la sensación de una sociedad deportiva, cultural, como fue realmente la II República, o al menos quiso serlo. Debajo, está el trenecito colgante del Parque de Atracciones del Tibidabo barcelonés, y en él aparecen tres primos míos, a quienes pedí permiso para figurar y detrás está mi padre. Los aviones hacen alusión a la habilidad de Roque Sanramón, alias el Tiroalplato, de derribarlos en vuelo con su ametralladora semiligera Hotchkiss, y los soldados a lo evidente. Felicité a la diseñadora por su arte.

Hubo una pregunta entre el público. La formuló José Luis Gärtner y fue la siguiente:

En las contraportadas de tus libros, casi siempre aparece el final de la historia, desvelas ese final como si no te importara. ¿Cómo es eso?

Para mí, la novela es como el viaje a Itaca: lo importante es el transcurso. Incluso la trama tiene poca trascendencia. Lo interesante de veras es cómo se llega a ese final, no el final en sí. En Buscar o no buscar ya anticipaba yo que el protagonista se libra de los dos que van a matarlo. Lo seductor no es si se libra o no, sino cómo lo hace.

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Dos nuevos artículos periodísticos

De nuevo coloco aquí dos de los artículos publicados últimamente en el periódico Ideal, en esa columna semanal que se reserva a los miembros de la Academia de Buenas Letras. Son dos reflexiones muy personales que comparto. Y como de costumbre, disentid, discrepad, me gusta ser controvertido, enfadadse conmigo: no sólo estáis en vuestro derecho sino que, además, lo estoy deseando.

De lo útil y las artes

“Como la música no tiene utilidad práctica y, por tanto, debe ser eliminada -afirma Fung Yu-Lan en su exposición de las teorías de Mo Tzu- las demás bellas artes también deben ser eliminadas. Al ser productos de las emociones, solo pueden dirigirse a las emociones… Según este utilitarismo positivo, las numerosas emociones del hombre no sólo carecen de valor práctico, sino de significado. De ahí que deban ser eliminadas para que no constituyan impedimentos a la conducta humana”. Citado por Joseph Campbell en Las máscaras de Dios, segundo volumen.

Me contaba una profesora de lengua aún en ejercicio que un alumno le dijo (no preguntó: afirmó) “a mí de qué me sirve saber quienes fueron los de la Generación del 27 ni qué escribieron”. Claro que, puestos a averiguar los verdaderos sentires de ciertos alumnos (no todos, por suerte), tampoco las matemáticas, la física, la historia o la educación física sirven para nada. Solo la informática y solo en lo que atañe al chateo (no de chatos sino de chat), y para eso no hace falta estudiar.

¿Vivimos en la edad de lo útil?, ¡qué lástima!, porque entonces, ¿de qué sirve enamorarse?: de nada, así de claro. Eso es un momentico, un arrebato que luego se pasa. ¡Abajo el enamoramiento! Si yo me junto con esa persona, es por utilidad: me lava la ropa, trae dinero a casa, etc. ¿La amistad?, lo mismo. Es útil el fútbol. Es útil la discoteca, y no por la música ni por el baile, solo rentable para sudar, sino porque allí se va al ligoteo… o a emborracharse quien no lo logre.

Nuccio Ordine publicó un libro titulado La utilidad de lo inútil, muy recomendable para fundamentalistas de lo productivo, a quienes no convencerá, pues ya están convencidos de lo contrario.

Nada hay más inútil que los afeites (para no avisados/as, afeites son: maquillajes, pintalabios, lociones, fijapelos, desodorantes…), pues todos hemos soñado con despertar al lado de fulanita/o con el maquillaje deshecho; y sin embargo, nada hay más imprescindible, y no solo hoy, sino a lo largo de la historia. Nada más inútil que disfrazarse. A mi abuelo, en el carnaval de Águilas, se le insinuó una máscara, ¿quién eres, mascarita?, preguntaba seducido… resultó ser su hija, mi tía, a quien no conocí, embromándolo. ¿Hay algo menos lucrativo que la broma privada? Sin el lujo, sin lo superfluo, seguramente no seríamos humanos. Bueno, ¡vetadlo!

Una reflexión dolorida

Durante algunas décadas del siglo pasado se impuso un estilo en la narrativa: el realismo social. Aunque la reflexión que aquí haré es poco literaria, sí es social, de modo que quizá pueda ligarse una cosa con la otra recordando el tiempo en que estuvieron íntima y obligatoriamente unidas.

Me hablaron de un independentista catalán. Decía que hay que limpiar España de fachas. Bueno, los lectores y yo podremos pensar: menos mal, yo no soy facha. Pero no hay que bajar la guardia, facha puede ser todo aquel que no piense como yo, que no me permita hacer lo que creo tengo derecho a hacer. Se quejaba de los jueces, incluso de los militares, que no han abierto la boca. A su vez, otra persona, simpatizante con ciertas ideas de extrema derecha, afirmaba que hay que limpiar España. Se refería a lo esperable. Tampoco hay que relajarse porque si usted, lector, o yo, simpatizamos o ayudamos a homosexuales, feministas, inmigrantes, o peor aún, comunistas, estaremos en el papel, seremos la basura que debería barrerse.

El otro día, en una universidad madrileña, unos gritaban fuera fachas de la universidad, y otros aullaban fuera comunistas. De escuchar las consignas, veremos que la universidad podría, o debería, vaciarse de estudiantes, y aun de profesores. ¿También de conserjes?

En la historia de este país, demasiadas veces ha habido individuos y grupos, a veces inmensos, armados de detergentes y estropajos para limpiarlo, por no entrar en detalle de con qué se armaban de veras.

¿Qué está pasando?, ¿fracasamos como sociedad?, ¿queremos una democracia que respete a mi grupo y no a los demás?, ¿será verdad ese tópico que nos acusa a los españoles de ir cada uno a la nuestra?, y por ende, ¿será que nos hace falta una democracia diferente para cada uno? Solo que, claro, la democracia es común, social, general, y una democracia personal e intransferible es un oxímoron deleznable. Y ahora sí hablo de literatura, porque el oxímoron es una figura retórica: nada serio. Conocí a alguien que, cuando surgía un contrasentido así de bonito decía: vete al médico. ¿Deberemos sentarnos los españoles una vez más en el diván del psiquiatra?

Tal vez, y se me está ocurriendo ahora, haya que reconocer que otras naciones europeas están en situación semejante: no debemos olvidar que mal de muchos es consuelo de tontos, solo de tontos. Lo peor para un país es el populismo.

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Una amplia reseña sobre Dos amigas

Portada de La amiga estupenda en su versión española

En mi anterior entrada recomendé tres libros, dos de los cuales eran novelas de un solo volumen, mientras el último era una tetralogía, de la cual en aquel momento solo había leído dos tomos, escrita por la italiana Elena Ferrante (seudónimo) y titulada Dos amigas. Si vuelvo ahora a ella es porque acabé con gran entusiasmo de leer los últimos dos libros de ese conjunto, y me gustaría continuar el comentario.

No sé si en realidad lo hago por verdadero delirio hacia esas cuatro novelas o por el prurito de reseñar una lectura que me ha encandilado. No sé si lo hago por la mera animación a la lectura a quienes tuvieran a bien leer este texto mío, o por probarme a mí mismo la capacidad de sacar conclusiones, de interpretar, analizar, glosar, después de haber tomado notas, subrayado y reflexionado profusamente sobre la narración de Ferrante.

Aviso de que la entrada es larga porque la obra lo merece. Me he explayado y con gusto. Espero que con el mismo gusto leáis estas notas mías.

Parece ser que el enigma de la verdadera personalidad de la autora (pues lo es, eso lo tengo clarísimo) está resuelto: se trata, ha sido descubierto, de Anita Raja, traductora del alemán, de sesenta y nueve años y napolitana hija de un magistrado y de una polaca judía huida de los nazis. En primer lugar, pongo en solfa el método que cierta periodista ha empleado para descubrir esa autoría: analizó los pagos de la editorial que ha publicado los libros de la Ferrante y se percató de que estos no respondían a los trabajos de traducción, sino que había pagos sustanciosos (la tetralogía tuvo gran éxito en Italia) injustificados, debidos, claro, a los derechos de autor por esos cuatro libros. Patente agresión a la intimidad, por supuesto. No por el dinero, sino porque si la señora Raja quiso mantener el anonimato, en un mundo como el nuestro, tan dado al perifollo de la fama, de las presentaciones de libros, firmas, congresos, follones, será por algo. Y de hecho, la protagonista Elena Greco padece esas presiones del público a las que se somete entre el goce y el cansancio, y que sufre por su falta cuando su fama como escritora decrece (en un momento dado asegura la protagonista que recibió en concepto de derechos de autor escasamente dos mil euros en el último año; es lo malo de pasar de moda). Por otra parte, en estos libros, especialmente en los dos últimos, hay una denuncia valiente de la Camorra napolitana, y de todo el sistema corrupto de la sociedad italiana (tan parecida a la nuestra por otra parte, aunque aquí no tengamos sociedades criminales tan organizadas como aquellas), de modo que acaso Anita Raja quiso evitarse el riesgo de atentados contra su vida o contra sus familiares. Otros, como Roberto Saviano, lo han hecho, y están protegidos. Claro que no es lo mismo escribir desde el periodismo, señalando personas con nombres y apellidos que escribir desde la narrativa donde, por mucho que algunos quieran reconocerse o reconocer a otros, siempre debemos partir de la invención, de la mentira, de la distorsión y aun la exageración.

Retrato de Anita Raja, presunta autora de Dos amigas, además de algunas otras novelas

Dijo, no sé si Lenin o Lukács, que del tiempo de Louis Philippe, en la Francia del XIX, se podía averiguar más leyendo a Balzac que a los historiadores. La novela cumple también (y no solo) esa función de retrato social, de reflejo deformado o aumentado de una realidad que sigue afectándonos, aunque se remonte a mil años atrás. Ferrante cumple con eso. La tetralogía habla de Nápoles, describe la ciudad, y al final la cosa es evidente con la obsesión libresca por el anecdotario, la historia, la descripción de edificios de la ciudad que toma la “amiga estupenda” de la protagonista Elena Greco, su amiga del alma Lila (o Lina, si el diminutivo de Raffaella es utilizado por otra persona que no sea Elena) Cerullo. Es un contrapunto musical: ambas son íntimas pero opuestas, incluso en sus destinos. En tanto Elena consigue estudiar por la cabezonería de dos profesoras que la educan, que no por sus padres, demasiado pobres y obtusos para permitírselo, Lila ni puede ni quiere, pero con mucha más inteligencia y retentiva que Elena, recoge sus libros, estudia por su cuenta y consigue, en algunos aspectos, mayor nivel intelectual que su amiga. Mientras Elena tiene éxito en su oficio de escritora, Lila, que se casa con un rico tendero del barrio, Stefano Carracci, llega a ser señorona (muy joven, contando solo diecisiete años), bien vestida, bien maquillada y hermosa hasta hacer enloquecer a algunos, incluido uno de los hermanos camorristas (de Camorra, no de juerga) del barrio, Michele Solara; cuando se separa de Stefano al enamorarse de Nino Sarratore, a quien también ama Elena, entra a trabajar en una fábrica de chacinas, donde está a punto de degradarse y acaba montando una sección sindical y altercados contra el dueño explotador; acabada esa época, Lila se “asocia”, tanto laboral como amorosamente, con Enzo, un obrero taciturno, inteligente y estudioso, que monta, con ella, una empresa de informática cuando esta técnica, a principios de los setenta del siglo pasado, aún estaba en ciernes. Todo el problema final de Elena es la conciencia de que, a pesar de sus éxitos literarios, si estos los hubiera escrito su amiga Lila serían mucho mejores, más eficaces literariamente. Es curioso porque algo parecido me sucede a mí mismo con mi amigo Salvador Montero: un ágrafo muy leído, con capacidad y vivencias para superarme sobradamente en calidad narrativa. ¿Son esas coincidencias las que han disparado mi pasión por estas cuatro novelas de Elena Ferrante? Quizá.

Imagen de Nápoles en los años 50

Tanta es esa superioridad de Lila, nada aparente, que cuando se reparten premios de la biblioteca a quienes más libros hayan retirado, el primero, segundo y tercer premio, se los llevan respectivamente Lila, su hermano y su madre, y no porque Rino, el hermano, o Immacolata, la madre, lean, sino porque Lila, aun niña o jovencita, retira libros destinados solo a mayores para leerlos ella, o sea que supera y con mucho al resto de usuarios de la biblioteca. Es esa educación libresca, por libre, la que la convierte en presuntamente superior a Elena en la escritura, si es que en algún momento se pusiera hacerlo. Y cuando lo hace, escribiendo un cuentecillo titulado El hada azul, sorprende tanto a su maestra que no cree posible la autoría, aunque bien pensado, y así lo reflexiona ella, no hay en su familia, ni en todo el barrio, nadie capaz de escribir algo así, si no es Sarratore, el padre de Nino (ese amor de ambas) de quien hablaré más tarde, y este ni se rebajaría nunca a hacer algo así, ni tiene imaginación para componer tal cuento. Con todo, Lila desprecia todo eso, no desea “desclasarse” por las letras sino por el dinero, como la mayoría de la gente del barrio con la excepción de Elena. Esta dice de su amiga: “Lila era plebe, pero rechazaba toda redención”.

Hay momentos en los que cualquier lector creería que la historia de estas dos mujeres es autobiográfica. Pues no. No es creíble que la hija de un magistrado se criase en un barrio paupérrimo de Nápoles, y sin embargo, la viveza de las descripciones, la realidad de los personajes es tan fuerte que cualquiera calificaría estos libros de autoficción. Es la maravilla de la narrativa cuando esta es auténtica: pasa por realidad con la fuerza de la memoria. Galdós lo consiguió. Ya he comparado ambas obras y no voy tan desencaminado.

Pero no se trata solo de estudios. Ambas son, en cierta manera, pero especialmente Elena, unas desclasadas culturales. Elena lo es porque a ella se le nota más, se lo hacen notar más, mientras Lila puede fácilmente integrarse en el ambiente grosero de su barrio al mismo tiempo que mantener una distancia fría. No es la falta de estudios, sino el dialecto, es decir el lenguaje (Saussure diría el habla) y las formas sociales, la considerada buena o mala educación, lo que causa el extrañamiento respecto a los que aquí llamaríamos señoritos. En el sur se habla mal (teóricamente), se gesticula demasiado, se grita, los insultos son hirientes y cotidianos, la violencia verbal es rutinaria, no existen las convenciones (¿no os suena vagamente familiar?). No es franqueza, es mala crianza (en Granada se le llama a veces “mala follá”). Teóricamente, repito, pues rencores, envidias, cóleras mal disimuladas, venganzas, existen en el sur, en el norte, el oeste y el este. Solo que en algunos lugares se sabe disimular: al disimulo se le llama educación. Eso distancia, sobre todo a Lila e, inevitablemente, también a Elena, aunque esta aprenda a expresarse con la corrección y comedimiento norteños. Por suerte, Lila no sale de Nápoles, mientras Elena tiene que lidiar con medio mundo y vender su producto: los libros. Y no basta con escribir bien, hay que ser educado con el lector. Eso no lo hizo Louis Ferdinand Céline, pero hay que ser muy Céline, muy facha, muy nazi para hacerlo de veras. Incluso Cela tenía que reprimirse a menudo. Elena sabe hacerlo, aunque en ocasiones y ante personas de su entorno que la ofenden, le sale el ramalazo. ¿Será ese uno de los motivos que tiene Anita Raja para vivir en un anonimato narrativo, la dificultad para “quedar bien” ante los lectores?

Imagen de Nápoles actual. Un caos muy parecido. Asegurado por testigos.

En Italia se habla italiano, sí, pero de todos los dialectos italianos derivados del latín vulgar, se eligió el toscano como el “oficial”. La diferencia entre las diferentes hablas es, en algunos casos como el siciliano o el que aquí incumbe, el napolitano, tan grande que puede darse el caso de que un milanés no entienda nada de lo que le diga uno de Nápoles, si este habla un dialecto cerrado.

El contrapunto musical se repite hasta la saciedad. Mientras Elena mantiene una posición izquierdosa y feminista desde sus libros, desde la intelectualidad, Lila carece, prácticamente, de ideas, solo las practica: monta un sindicato y lucha contra un patrono explotador, mantiene a raya a los hombres de su vida demostrándoles su absoluta y radical independencia, incluso a su hijo. Cuando su hija de pocos años desaparece sin dejar rastro (me ha hecho recordar, salvando distancias, a la desaparición de la hija de Al Bano y Romina Power) no tiene empacho en denunciar en las calles a la familia de camorristas, los Solara, a pesar de que ellos también colaboran en la búsqueda de la niña (o son unos cínicos, o de veras son inocentes, en ningún momento queda claro, acaso porque esa fue la realidad italiana). Eso, en las calles, ante los vecinos, no en distantes papeles impresos y desde posiciones de fama pública. La violencia, el terrorismo, tan habitual en la Italia desde finales de la década de los 60 hasta finales de la de los 80, llamada anni di piombo, años de plomo, es enérgicamente protestada por Elena, sobre todo la procedente de las organizaciones criminales (Camorra, Cosa Nostra, ‘Ndrangheta, etc.) y de la extrema derecha, ambas muy intrincadas entre sí, sin excusar a la de izquierda pero siendo más blanda con ella, mientras Lila la acepta porque es una realidad cotidiana en el barrio, sobre todo desde que Marcello Solara entra en el negocio de la droga (y sus acompañantes: el SIDA y las sobredosis) y contrata a amigos de las protagonistas, como Antonio, o Gino, este sí, fascista, para apalizar a manifestantes, sindicalistas, comunistas, etc., aceptándola como una especie de cosa trágica: algo inevitable, como venido de los dioses e inherente a la pobreza y las diferencias sociales.

No hace falta título

Un ejemplo de ese contrapunto, y demostración de que no invento nada, solo señalo, es el siguiente párrafo: “Nos encantaba sentarnos una al lado de la otra, yo rubia, ella morena, yo tranquila, ella nerviosa, yo simpática, ella perversa, nosotras dos opuestas y de acuerdo…”.

En esa militancia izquierdosa de Elena, cuanto menos desde su posición intelectual como narradora, ensayista y articulista, quedan reflejadas de forma eficacísima las sempiternas discrepancias entre diversos grupúsculos, machacones acusadores de reformismo a todos los demás, exactamente igual que pasó aquí durante los últimos años del franquismo y en la Transición. Y no es menos importante el dedo en la llaga con la corrupción que arrasó al Partido Socialista Italiano, con Bettino Craxi a la cabeza y tantos cargos que quedaron imputados y sentenciados en múltiples casos de indecencia política y, claro, económica.

También se repite el contrapunto entre ambas en la desaparición de la niña, hija de Lila, pues la sospecha final de Elena, que se ha metido a saco en sus escritos contra la Camorra y sus conexiones con la extrema derecha y la democracia cristiana italiana, es que se confundieron de niña y habrían debido raptar, si es que fue un rapto, a su hija, amiguita de la anterior y de la misma edad, pues ambas mujeres se quedan embarazadas al unísono con casi cuarenta años.

Portada de Un mal nombre, segunda entrega de la tetralogía Dos amigas

Finalmente, Elena apenas domina su propia producción literaria: sin más, como ya he anticipado hablando de los derechos de autor, se hace vieja y ya carece de aquella imaginación y potencia narradora que fue tan apreciada. Sin embargo, Lila parece dominarlo todo: a los hombres, a su hijo (con poco éxito, pues el bobo de Rino se deja arrastrar por otros y a la postre parece depender de ella incluso en lo económico), a los camorristas Solara, a los clientes de su empresa de informática. Y no obstante, cuando el terremoto de 1980, llamado de Irpinia, que sacudió Nápoles produciendo desperfectos y que deja el barrio, construido de forma precaria, en mal estado, lleno de grietas, socavones y puntales, Lila se acobarda: ocurre que contra las fuerzas de la naturaleza nada puede, ahí no hay seducción o poderío que valga. La autora aprovecha para poner en boca de esta mujer fuerte una reflexión que debería hacernos pensar a todos, y principalmente, a aquellos que creen tener pequeños poderes, más ridículos que eficaces: ¿qué son los Solara, con su poder de amedrentar a toda una población, Bruno, el dueño de la fábrica de chacinas, los Airota, destacados políticos socialistas e intelectuales, ante ese fenómeno incontrolable que destruye a tirios y troyanos?

Creo que Lila, la “amiga estupenda”, queda definida en este detalle de impotencia y en otro muy significativo: enemiga acérrima de los Solara por lo que representan de poder arbitrario, de exhibición de riqueza y de chulería, cuando se encuentra con clientes morosos de su empresa recurre, no a la ley, de la que todo el mundo desconfía (país democrático donde los haya es aquel donde la ley, proclamada y aplicada, carece totalmente de efectividad), sino a su amigo Antonio, apalizador o sicario oficial de sus contrarios Solara, y acaba cobrando de esos morosos con parejos métodos a los de extorsión de los camorristas.

Piazza della Signoria en Florencia

Pero tanto poder en una persona cobra su peaje si esa persona tiene conciencia, y Lila la tiene, sobre todo de sí misma. Padece varios episodios de “desbordamiento”. Cuando al fin consiente en consultar a los médicos, más bien arrastrada a ellos por Elena o Enzo, su compañero, estos determinan que puede haber un problema de corazón, sí, pero lo determinante es su constante insatisfacción. Ese desbordamiento le hace ver las cosas salidas de sus contornos, de sus límites, empezando por ella misma. ¿Fenómeno óptico, distorsión psicológica, histeria?, ¿es ese desbordamiento el que le hace, tanto al principio de la tetralogía como al final, desaparecer, esfumarse como se esfumó su hija?, posiblemente. Y digo que igual al principio que al final, no porque se repita el fenómeno, sino porque en el primer capítulo de la novela se habla de la queja de su hijo a Elena contándole, ya sesentonas ambas, que su madre ha desaparecido, historia que se detalla en los últimos capítulos del último libro, en una simetría un tanto artificial pero eficaz por cuanto crea en el lector un deseo de saber qué ocurre, por qué desaparece y cómo, esta mujer. Es decir, que tras ese primer capítulo del primer libro, hay un flash-back que dura hasta el último capítulo del último libro.

Un aspecto a destacar en la psicología de Lila es su generosidad y su crueldad. Ambos rasgos amalgamados casi como si uno implicara al otro. Es generosa por cuanto lo da todo, nada quiere para ella y siempre le basta con lo que tiene, tanto cuando le sobra como cuando carece de todo en el tiempo en el que trabaja en la fábrica de embutidos. Es cruel, y ella misma lo dice asegurando que es mala, porque no solo se defiende, sino que ataca primero antes de ser atacada. En sus ofensivas, tanto verbales como físicas es terrible. Cuando Michele Solara acosa a Elena, yendo ambas juntas, y le rompe una pulsera, Lila le pone una herramienta de cortar cuero (su padre es zapatero remendón) en el cuello al hijo de la prestamista y dueña del barrio. Al principio, ella cree en el poder de la letra impresa, al menos de la que escribe Donato Sarratore, padre de Nino, o de la publicada por su amiga Elena, pero luego acaba de madurar cuando: “…se sintió humillada por haber vivido atribuyendo poder a cosas que en las jerarquías corrientes contaban poco: el alfabeto, la escritura, los libros”.

Ponte Vecchio sobre el Arno, Florencia

Insistiendo en el símil musical, que tanto me agrada por mis dos pasiones, la música y las estructuras narrativas, hay una serie de encuentros y desencuentros entre las protagonistas que recuerda a una fuga. Hay desencuentros armónicos, por la distancia (Lila vive siempre en Nápoles, en tanto Elena traslada su residencia a Florencia o Turín), y desencuentros inarmónicos por rivalidades o enfados. Las principales rivalidades son a causa del enamoramiento de Elena por Nino, un vecino intelectual, hijo de poeta-periodista-farfolla, que le es arrebatado (aunque ella ignore ese amor reprimido) por Lila, que lo toma por amante. Y la segunda es por la deriva “capitalista” y consintiente con la violencia y la corrupción del barrio, de Lila; pero esa deriva no es sino realismo, mientras que Elena puede permitirse su idealismo porque desde la publicación de su primer libro, inicia un proceso de alejamiento, de extrañamiento del barrio que le hace “desclasarse”, poder apartarse de esa pobreza, de la violencia, gracias a la independencia económica. Su intelectualismo le hace ver las cosas desde la distancia, y eso implica un apartamiento de la realidad, siempre tan obscena.

A veces, el idealismo de Elena se tropieza con la realidad y eso le causa una distorsión de su psicología que la retrotrae al dialecto, a los malos modos y a los insultos y palabrotas de su habla natal, y es ese dialecto, esa mala educación la que le devuelve a su verdadero origen. Esa realidad proviene de los hombres de su vida.

Portada de las Deudas del cuerpo, tercera entrada de la tetralogía

Esa realidad de Elena que se contradice con sus teorías feministas, procede de los hombres de su vida. Pietro, su marido, es un intelectual sumergido en sus libros. Cuando ella se reencuentra con Nino, el amor de su vida desde niña, se separa de Pietro y se va a vivir con Nino, también intelectual pero activista de izquierda. Pero Nino es un sinvergüenza: no abandona a su mujer, al revés de lo que hace Elena, y encima esta, que ya sospechaba diversas infidelidades que le insinuó Lila, quien también estuvo con él unos meses, se lo encuentra en postura gallarda con la señora de la limpieza de su casa. Asimismo hay con Nino encuentros y desencuentros, quizá porque ella no puede o no sabe prescindir de él. Hasta ese tropiezo que, para mayor repugnancia, se produce en el aseo de su propio domicilio. A partir de ahí, Elena tiene varios amoríos en los que la autora no entra en detalle. Sin embargo, lo peor ha sido narrado al principio, antes de casarse, separarse y vivir (a medias) con Nino. Es el padre de este quien la inicia. Siendo una adolescente, se acerca a su cama, la besa y la toca. Hay una reacción híbrida de la joven: asco y placer irreprimible. Algún tiempo más tarde, uno o dos años, es también durante unas vacaciones cuando, el mismo hombre, padre de su amor primero (amor no correspondido en ese momento), la encuentra de noche en la playa y la viola, aunque no sea exactamente esa la palabra adecuada pues no hay resistencia ninguna por parte de ella, aunque tampoco aquiescencia, sino una especie de dejadez, de fatalismo, y hasta un tantico de deseo, de placer tan irreprimible como cuando él la tocó tiempo atrás.

Si se comparan esas realidades vitales de la vida de Elena con sus libros, en uno de los cuales habla de la invención de la mujer por el hombre, y de su militancia verbal y escrita a favor de un feminismo moderado, se comprende la contradicción en la vida de esta mujer, seguramente producto de un tiempo de transición, donde si bien algunos individuos tienen claro cómo son las cosas, la explotación continúa porque otros se resisten como gato panza arriba a los cambios que se avecinan. De hecho, en el último libro, quizá el más rico en pensamiento, dice: “¿Pese a tanta argumentación me dejaba inventar por un hombre hasta el extremo de que sus necesidades se imponían a las mías y a las de mis hijas?”, y en esto se refiere, por supuesto, a Nino. El machismo no es un pensamiento, sino un sentimiento. No es algo razonado sino practicado como lo normal, lo esperable, lo necesario, y eso también lo refleja claramente esta autora.

Por otra parte, las mismas mujeres del barrio, como han denunciado a menudo algunas feministas, son más machistas aún que los hombres (son el mecanismo de transmisión de los valores aceptados), y no solo las madres. Las amigas de niñez y juventud de Elena y de Lila se dejan dominar por sus maridos y aun maltratar porque eso es lo que han visto toda la vida en sus casas. Lila es la excepción: solo el terremoto y las enfermedades pueden con su poderío. Por ejemplo, aunque las costumbres sexuales son relativamente abiertas, solo lo son en apariencia, porque todo es permitido mientras no se sepa, mientras no se note. Se puede practicar actividades sexuales sin riesgo. Lo que no se puede es hablar de ello. El silencio es mortal alrededor de ese tema. Y Ferrante deja claro que nada tiene que ver con la religión, pues esta es algo social, no interiorizada, sino con las costumbres, con el qué dirán, con el chismorreo que en el barrio es tan intenso como en un pueblo. El ejemplo es Melina, madre de Carmen y Antonio, amigos de las protagonistas, viuda que se enamora perdidamente de aquel personajillo, padre de Nino, que inicia en el sexo a Elena: cuando este individuo se va del barrio con toda su familia para evitar el escándalo de esas relaciones, ella se transtorna, se vuelve loca y sus crisis deben sortearlas como pueden sus hijos. Que algo privado pase a ser público es pagado con la locura.

La niña perdida, cuarta entrega de la tetralogía

Ese silencio sobre la sexualidad es dinamitado por Elena con su primera novela publicada. Novela que ella escribe como reflexión y entretenimiento, para nada pensando en publicarla. Ocurre que su marido, Pietro, le echa un vistazo, se la pasa a su madre, traductora en una editorial (como la propia Anita Raja), y a esta le encanta y propone a editorial y a autora publicarla. Todo un éxito de crítica (no toda) y público. Hay escenas explícitas sobre las experiencias sexuales de la escritora, y eso repercute en el barrio, al mismo tiempo con morbosidad y repulsión. Su madre le niega la palabra aunque, como la mayoría de las personas que hablan del texto, no se lo han leído, o han buscado esas escenas escabrosas sin preocuparse de las demás. De hecho, las críticas más fuertes vienen de las reseñas de críticos de derecha y de su propio barrio, donde la inmensa mayoría de la población no ha leído un libro en su vida.

En cierto momento puede pensarse que hay algún tipo de atracción física entre las dos mujeres, un lesbianismo tal vez cohibido. Pero no. Es simple: de lo que no se ha hablado nunca, de lo que se ha dado siempre por imposible, en la mayoría de los casos sigue pensándose como imposible, como absurdo, de modo que ni siquiera llega a pensarse, a desearse. Digo en la mayoría de los casos, no en todos, pues a pesar del silencio que durante siglos ha rodeado a la homosexualidad, ha habido, hay y habrá homosexuales.

En cuanto a la forma de las novelas, ya he hablado del uso de la primera persona. La lectura, ya lo dije en mi anterior entrada, es fluida, fácil, propia de un realismo que nada tiene de romo. Y tanta es la similitud con las series televisivas o con el folletín que acaba los capítulos, en muchos casos, con un acontecimiento traumático, algo que acicatea a seguir leyendo, un truco recordatorio de los “continuará” que tan familiares se hicieron en aquella literatura, literatura que aparece en estos cuatro libros por cuanto las jóvenes del barrio leen, exclusivamente, fotonovelas.

Piazza San Carlo, Turín

Esta reseña se está convirtiendo en infinita, pues podría continuar comentando hasta ahorrarle al lector abordar estas, también largas, cuatro novelas admirables. Y no, por supuesto.

Queda una última cita, pues qué sería de las reseñas sin citar párrafos o versos de la obra reseñada. Esta retrata el espíritu de las cuatro novelas, la narración de la realidad desnuda, de que ante el absurdo de la vida solo cuentan las relaciones personales, nunca las sociales, revela que la vida no es camino de rosas y el sufrimiento va inherente a ella, y eso sin ninguna alusión a cristianismo sufridor alguno. En la última página del último libro resume así la obra: “A diferencia de lo que narran los cuentos, la vida real, cuando ha pasado, no se asoma a la claridad sino a la oscuridad”.

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Tres recomendaciones literarias

Portada de Los desorientados, de Amin Maalouf

Hace tiempo que no recomiendo ninguna lectura. Solo puedo hablar de mi gusto: quien lo comparta, estupendo, y quien no, nada, ni caso a mis sugerencias.

En determinadas décadas del siglo XX se impuso el realismo social tanto en literatura (novela y cuento) como en el cine, ambos artes narrativos. Las tres obras que ponderaré cumplen, en cierto modo, ese precepto. Solo en cierto modo.

Al grano: la una es Los desorientados, de Amin Maalouf. Este autor libanés sitúa la acción allí, en Líbano. La muerte de un antiguo amigo convoca, primero al protagonista, quien escribe en forma de diario parte de la novela escrita en 1ª persona; la otra parte, que se intercala con ese diario, está escrita en 3ª persona,por un narrador omnisciente. Recuerdos de ese grupo de amigos en el Beirut de antes de su Guerra Civil evocados, tanto por el protagonista Adam (nombre que no es elegido al azar) como por otros colegas que van apareciendo, pues el proyecto que en seguida se plantea aquel, es convocarlos a todos a un reencuentro, a la que asistirá también la viuda del finado que fue, a fin de cuentas, no el líder sino el alma del grupo, aquel que ponía a disposición de todos ellos una casa para la amistad, para las discusiones sociales, culturales y de todo tipo. En esos recuerdos se entrevera la realidad del país, las tensiones políticas y religiosas, pues la peña está compuesta por un judío, varios cristianos maronitas y unos cuantos musulmanes, tanto mujeres como hombres. Pero la religión marca poco las avenencias y disensiones entre ellos: lo que más las condiciona es la pertenencia a colectivos diversos. Para mí esta es una innovación en el enfoque del o los conflictos: las religiones, a las que se le achacan todos los males, no son sino eso, una pertenencia como lo sería, casi, a un equipo deportivo en competición con otros.

Amin Maalouf

Con el inicio de aquella Guerra Civil libanesa, que duró desde 1975 hasta 1990, aunque las secuelas y las escaramuzas duraron más, algunos de los amigos emigran, entre ellos el mismo protagonista, que se afinca, como el autor de la novela, en París, e incluso tiene allí pareja. Otro de esos compañeros, integrado en una milicia aunque de forma un tanto estrafalaria, muere nada más iniciar aquella guerra, y otros se quedan, contemporizando o emboscándose, como diría Jünger, es decir, apartándose y disimulándose con el paisaje. En ese contemporizar se inicia el conflicto novelístico, pues el recién fallecido lo hizo e incluso llegó a ocupar un ministerio en el gobierno de aquel Líbano enfrentado, diezmado por la guerra y pringado de corrupción. Algunos lo comprenden, otros no lo perdonan. Cada uno tiene sus razones. Eso de la corrupción también está expuesto de forma lateral pero contundente: el amaño de contratos, las comisiones son costumbre arraigadísima, por lo que viene a decir Maalouf, y tan difícil de extirpar como un cáncer con metástasis.

Aquella no fue una guerra con dos bandos, sino de todos contra todos. Corrillos, grupúsculos, camarillas. Todos armados hasta los dientes. Y para colmo, la intervención de ciertas potencias extranjeras que apoyaban a unos u otros según interés. Y las fuerzas de la ONU: buenas intenciones.

Todo esta descrito en forma de recuerdos dolorosos. En contrapunto, los otros recuerdos, ese grupillo de amigos de antes de la guerra, son enternecedores. Y lo son las opiniones de cada uno de ellos, sus defensas, sus vidas nuevas en el exilio o en el país.

Imagen de aquella guerra civil libanesa

El discurso del padre del judío Naím a este cuando deciden emigrar a Brasil. La historia del protagonista, Adam, con La Hanum, la señora con quien hace amistad siendo un niño de 10 años. La historia de fray Basile, es decir Ramsi, el ingeniero que se mete a fraile. El amorío entre Semiramis y Adam, con ese “permiso” que le piden a Dolores, la compañera de Adam en el lejano París, para acostarse, y la extremada civilización de esta concediéndolo, al mismo tiempo que teme perderlo y sufre. Las recriminaciones de Tania, la viuda de Mourad por el distanciamiento de su mejor amigo, Adam, el protagonista. La historia de Albert, quien decide suicidarse y cuando va camino de su casa para hacerlo, lo secuestran y eso le salva la vida, y no solo eso, sino que lo pone en contacto con el matrimonio secuestrador, que lo hacen como represalia por el secuestro de su hijo, y las rencillas y venganzas son de barrio a barrio. A partir de ahí, el fracasado suicida considerará a esa pareja, cuyo hijo es asesinado, sus segundos padres, puesto que a los verdaderos apenas los vio nunca.

El conflicto sempiterno (israelíes y el resto llevan 3000 años peleándose) de Oriente Próximo está magníficamente expresado en esta novela, aunque se centre en el Líbano. No es un asunto solo de religión, tampoco lo es a causa de la instauración del Estado de Israel, tampoco de viejos colonialismos. Es todo revuelto, todo a la vez. Por eso no hay dos bandos hostiles sino muchos.

Una novela, en fin, tan llena de momentos álgidos, importantes, maravillosos, que la hace de obligado cumplimiento.

Yasmina Khadra

La segunda es El atentado, de Yasmina Khadra. Este autor, que firma con seudónimo femenino, es un antiguo militar argelino que reside actualmente en Francia.

Un médico palestino, Amin Jaafari, muy integrado en Israel, se entera de pronto de que su esposa se ha inmolado en un atentado suicida en Tel Aviv. La novela gira en torno a la investigación que, por su cuenta, inicia para comprender los motivos por los que esa mujer, cómodamente instalada en la sociedad judía, de clase media alta, con un matrimonio plenamente satisfactorio, ha querido hacer semejante barbaridad. Esa indagación lo lleva a meterse, y es expulsado a golpes, en el entorno de un predicador fundamentalista, posiblemente instigador intelectual de tantos “héroes” que se sacrifican por la causa, aunque él, claro, se mantiene vivo aun siendo objetivo de los servicios secretos israelíes. Lo de siempre: unos sacuden el árbol, otros recogen las nueces.

Portada de El atentado, de Yasmina Khadra

Todo es un contrasentido y, finalmente, no hay una explicación. La rabia, sí, la humillación constante ejercida por el ejército israelí a los palestinos, pero combinada con el deseo de estos de echar a los judíos de allí, que no quede ni uno vivo, y eso, como es de suponer, es una utopía, sería mejor negociar (ya se hizo en Cam David, USA) y cumplir los acuerdos por ambas partes. Sin embargo, lo último es más utópico aún que lo anterior. Es novela que golpea, que no se puede leer tranquilo porque de continuo te está dando tortazos en la cara; tal vez sea eso lo que yo le pido al arte, y especialmente a la literatura pues son las palabras mi instrumento y la narrativa el amor de mi vida, tal vez lo que le pido sea esos golpes, la intranquilidad, la huida de los finales felices, de los paños calientes que nos proporciona cierta literatura a la que llamo “de tumbona”, apropiada para la sonrisita plácida bajo la sombrilla y a la vera de un mar aceitoso.

Se hizo una película sobre la novela y con el mismo título, pero la obra literaria la supera, aunque la ambientación, los diálogos, etc., están bien conseguidos. El final es distinto y eso desmerece en la película porque el novelístico subraya aún más el absurdo de esa lucha que lleva milenios y apunta maneras de no acabar nunca, tanto por culpa de unos como por la de los otros. También se ha adaptado al cómic con bastante éxito.

La traducción, fiel y eficaz, es de Wenceslao Carlos Lozano, compañero de la Academia de Buenas Letras de Granada. Si digo esto no es por esa calidad de conocido y amigo, sino porque de veras es buena.

¿Será esta la verdadera imagen de Elena Ferrante? Aunque lo dudo porque la pintura data de la época imperial romana

La tercera recomendación no es de una novela pues no es un libro, sino cuatro, una tetralogía. Su calidad es indiscutible, sí, pero lo destacable en ella es la habilidad de la autora (suponiendo que lo sea) para conseguir reflejar el ambiente de un barrio pobre en Nápoles, el afán de sus habitantes por salir de esa pobreza, de enriquecerse, las dificultades para estudiar, aunque haya quien lo consigue, como la protagonista, Elena Greco, el papel subsidiario y de víctima de las mujeres en la época reflejada: los años 50 y 60 del siglo pasado (al menos en lo que yo he leído hasta ahora), el despertar económico de Italia a partir de esos años (muy semejante al de España, por otra parte), la tarea de la mafia, aunque sea una mafia descolorida, ni drogas ni trata de blancas, dedicada a préstamos, corrupciones de políticos y mandamases, palizas a aquellos que se les encaran y a comunistas, etc. (por ejemplo, se afirma que la única manera de librarse de la mili en aquel momento era untar determinadas manos), y combinar toda esa apariencia de novela social con otra apariencia de melodrama, de telenovela venezolana o de folletín, incluso con algo de la commedia dell’arte italiana, aunque sin su comicidad, pues hay amoríos, apariciones extemporáneas que los mandan al traste, y algún lagrimeo, su poquito de sentimentalismo. Por contraste, eso sí, hay insumisión ante el destino previo propio del barrio.

Niños en un barrio napolitano en la década de los 50 del siglo pasado

Los cuatro libros que forman la tetralogía, titulada Dos amigas, son: La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida, cuya autora o autor es Elena Ferrante, seudónimo, a quien nadie conoce (consultar Wikipedia: la historia es curiosa y divertida). Eso es inconcebible en España donde lo primero que hace un autor es decir ¡¡¡YO!!!, donde lo que de veras le interesa a un buen porcentaje de público es el escándalo o el anecdotario personal, el chismorreo, y no la obra, su literatura. Se salvan, eso sí, algunos: entre otros, Vila-Matas, Hidalgo Bayal o Luis Goytisolo. Más los desconocidos, a quienes no les queda otra.

Confieso que tan solo me he leído las dos primeras, aunque las otras están previstas en cuanto acabe estas. Sencillamente, me ha cogido la prisa de elaborar esta entrada en el blog por la calidad de las novelas que propongo. Y esta, aunque de muy otra forma que las anteriores, no desmerece. No es la primera vez, ni será la última, que un reseñista hace su trabajo sin haberse leído el libro del que habla. No es la primera vez, ni será la última, que un lector de editorial o un miembro de jurado de premio literario, emite su veredicto sin haberse leído más que las primeras páginas de una obra, y a veces ni eso: los primeros pueden pronunciar la recomendación con tan solo el resumen elaborado por el autor. Sí digo que, visto lo visto en esas dos primeras entregas de la tetralogía, supongo que lo demás seguirá la forma y el tema: la historia reciente del país, y concretamente de la Campania y su capital, Nápoles, desde un barrio paupérrimo de esa ciudad, unas familias a las que se sigue la vida, y más concretamente, dos mujeres, íntimas amigas desde la infancia, que se aprecian, se odian, se imitan, se acompañan, se escuchan, se escupen a la cara. Aunque la protagonista y narradora es Elena Greco, parece que la verdadera heroína de la acción es su amiga Lila Cerullo, esposa, con diecisiete años, de Stefano Carracci, mujer rebelde y lúcida que comprende cuál es el papel asignado a su sexo y, justamente porque lo ve, se revuelve como animal enjaulado. Lila tiene una inteligencia natural que no puede desarrollar con estudios porque la pobreza del entorno se lo impide. Posee además una belleza desesperante para cuantos hombres la rodean, belleza que la autora (o autor, quién sabe) compara a la de la actriz Jennifer Jones: morenaza exhuberante y de apariencia ingenua pero ardiente. Mas su rebeldía, unida a una cierta capacidad para dañar a los demás (de nuevo la inteligencia) cuando estos tratan de coartársela, consigue verdaderamente destrozar algunas vidas. Pero uno piensa, naturalmente, desde la mayor libertad actual, que la culpable no es ella, sino esas personas que, siguiendo costumbres demasiado enraizadas para ser extirpadas, intentan cortarle las alas, domesticarla, hacerla al molde.

Portada de la primera entrega de la tetralogía de Elena Ferrante, Las dos amigas
Portada de la segunda entrega de esa tetralogía.

Es curioso porque su rebeldía es, sí, económica, con ínfulas de ascenso, pero sobre todo lo es contra la autoridad de esos cabecillas cuyo liderazgo se basa en la Camorra, y ¡cultural!, es decir, a lo que aspira Lila es al desclasamiento cultural, a no sentirse sometida por la ignorancia general del barrio, condicionada por el dialecto napolitano, por el analfabetismo en cuanto a lecturas, conocimientos históricos y políticos, teatro, música, etc.

Y ese es el tema de esta obra larga, porque aun siendo cuatro las novelas que la componen, el conjunto es uno solo: esas dos mujeres, una que triunfa en lo intelectual, aunque para ello debe trasterrarse y desclasarse, y la otra que triunfa en lo económico pero cuya inquietud y rebeldía nunca le permitirán ser feliz, mezclado con los dramas de cada una, entre ellos, la desparición de la hija de Lila, que pone de manifiesto la perpetua presencia de las redes delictivas de extorsión, presentes desde el inicio de la primera novela con la familia Solara y el odiado don Achille, secuela ese poder de la Guerra Mundial o acaso de la manera de ser de todo un pueblo, trasunto de la Camorra napolitana (o de la Cosa Nostra siciliana, la ‘Ndrangheta calabresa, la Sacra Corona Unita de la Apulia), telón de fondo de cuanto se hace en el país.

Portada de la tercera entrega
Portada de la cuarta entrega

Su mayor mérito, insisto, es hacer, con la estructura del melodrama, del folletín o del novelón televisivo, una obra social y de denuncia, una maravilla que engancha como pueden enganchar, por ejemplo, los Episodios Nacionales galdosianos (sin comparaciones, que son odiosas). En fin, tres obras a mi entender magnas, o al menos, que me han entusiasmado los últimos meses. La primera clarifica, desde múltiples puntos de vista, esas guerras del Cercano y Medio Oriente, que ni acaban ni tienen visos de acabar; la segunda señala lo absurdo del terrorismo y, de paso, lo absurdo del ejercicio del poder violento, los acuerdos que se toman porque las grandes potencias y la opinión pública obligan, pero que nadie cumple luego; la tercera, la historia de esas dos mujeres que son la historia de Italia y, por extensión, la historia de Europa dentro de todas las diferencias que nos separan a sur de norte, y aun a este de oeste, más la crónica de un feminismo no militante sino sentido, rebelde, intuitivo y el de un machismo que algunos hombres asumen, no como pensamiento sino como sentir, algo que no se razona sino que es así por definición, o mejor expresado, siempre ha sido así. Las recomiendo, pero tomadlas con calma.

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Traducir a Lorand Gáspár

Italo Calvino

“Traducir es la mejor forma de lectura”, aseguró Italo Calvino. Dominar, lo que puede llamarse dominar, no domino ninguna lengua, y del todo, ni siquiera la mía materna, es decir, el español. Intento poseer un español estándar, un español peninsular y académico, aunque a veces pueda este extenderse a modismos que me vienen de lecturas foráneas. Hablo catalán, lo escribo fatal y lo leo regular, normalmente con mucha ayuda de diccionario si es un catalán literario, que es el que me interesa. Algo parecido, pero de peor nivel, me sucede con el francés. Estudié inglés, como tanta gente, y ni siquiera atinaría a comprender la dirección de una calle. Me dio por estudiar algo de alemán y disfruté muchísimo haciéndolo, pero no llego mucho más allá de danke schön o guten morgen. Por mi afición a la cábala (quiero acostumbrarme a escribir Kabalah, que debería ser la grafía adecuada) cursé un año de hebreo en la Facultad de Letras granadina. También lo gocé y deletreo, muy trabajosamente, al menos si hay puntos diacríticos, pues de no haberlos, soy incapaz de distinguir si aquí corresponde una a y allá una e.

Lorand Gáspár

Durante un tiempo traduje del francés, siguiendo la recomendación de Julio Cortázar, quien exhortaba a traducir en ese tiempo en el cual al narrador no se le ocurre nada, sea sobre algo nuevo, o cómo continuar lo ya iniciado. Cometí la locura de traducir a Henri Michaux. Vous êtes bien fou, monsieur, como me dijo cierta francesa cuando le comenté esa chifladura. Hoy no me atrevería. Pero traduje a Loránd Gáspár (escrito así, con una ortografía nada francesa, pues tal cual firmaba este poeta), un cirujano francés, famoso en su ámbito médico, y poeta por afición. El libro, de Gallimard, claro está, lo compré en una librería de Clermont-Ferrand. La librera, escuchándome farfullar mi francés, puso la misma cara que la señora anterior, la de “Vous êtes bien fou, Monsieur”,  cuando le dije que deseaba comprar libros de poesía para traducirlos tranquilamente en mi casa: la duda sobre mi capacidad estaba mucho más allá de lo razonable. Adquirí poemarios y antologías de Max Jacob, de Bonnefoy, de Laforgue, de Queneau, de Ponge, en fin, una chifladura la padece cualquiera.

Oirtada de Patmos en edición de la Nouvelle Revue Française

Aparte de algunos libros de Michaux, como ya he dicho, solo he traducido completo el poemario de Gáspár Patmos y otros poemas. Fue una gozada a causa de lo dicho al principio por Italo Calvino, en algunos casos tropecé con pedruscos considerables. Los sorteé como pude, calentándome la cabeza y disfrutando con ello. Dudo mucho que estas traducciones ofrecidas aquí, en mi blog, de unos cuantos poemas de este francés de origen húngaro, fallecido desgraciadamente en 2019 a causa de la maldita enfermedad de Alzheimer, tengan calidad poética. Le escuché decir a mi queridísima amiga Clara Janés que el traductor de poesía, debería, sería recomendable, que fuese poeta. Yo no soy poeta, aunque otro querido amigo, José Lupiáñez, asegura que sí tras su lectura de mi poemario en prosa El árbol, y no soy quien para negarle la razón, aunque sí dude algo de la suya por aseverar semejante cosa. Hice lo que pude y, sobre todo, saboreé esa lectura privilegiada del traductor. Evidentemente, no pude contactar con el poeta para preguntarle esto o lo otro, qué había querido insinuar en tal verso o qué ocultar en tal otro. Eso lo debería hacer, sí, por obligación, cualquier traductor que traduzca obra de persona viva. No pudo ser y estoy seguro de que mi trabajo se resiente de ello. Qué le vamos a hacer.

No hallé editor para la traducción, pues ella requería, por supuesto, el permiso de autor y editorial francesa. Si me hubiese dirigido a Gallimard para rogarles autorización, se habrían despiporrado de risa a costa de este pobre mindundi aficionado.

Los poemas son muy líricos, mediterráneos a pesar de la procedencia magyar y la residencia parisina de Loránd Gáspár; sabe a mar, o así me pareció degustarlos, huelen a gaviota, a redes al sol, a arena, a velas. No soy crítico para saber o clasificar, solo sé que me gustan. Me gustaron en el corazón, que es lo que cuenta. Me atrevo a poner algunos de ellos. Vosotros diréis, pero estimad con esta otra frase de Calvino que aquí trascribo por el aquel de la simetría: “El traductor literario es el que se pone en peligro a sí mismo para traducir lo intraducible”.

Una osadía, lo sé. Excusadme.

PATMOS

Isla de Patmos

En la callejuela adoquinada de mar

tres ancianas vestidas de negro

iluminadas por el blanco de un muro

reciben la noche.

El coro antiguo me saluda en el umbral

las voces más altas desentonan un poco

bajo la ceniza dormida de los lutos

se estremece la memoria de un fuego.

La pesca fue buena este año

me acuerdo del miedo en las profundidades,

el combate oscuro, el destello remachado,

un timbre apagado en la música –

esto se mueve aún en la carne

tanta tiniebla a excavar de pronto

en el camino no sabes por qué

allí donde cantan las Erinias –

Isla de Patmos. El castillo o monasterio viejo de San Juan

carne de sombra como un fruto abierto

por el espejo afilado de las aguas –

en el aire demorado las nervaduras

relucientes de vuelos desaparecidos –

¡cómo nada la luz!

ligera y ágil entre los dientes

de los dragones retozando en los abismos

de una China del alma no olvidada

sus garras laceran el edredón de las nubes

¡ah, los copos ardorosos de su respiración!

Lorand Gáspár

y el ala negra del pincel

rozó el viento que apenas mueve

los bambúes en el callado, callado

papel de Chu Ta –

vida quemada viva

por una sed implacable –

el pusilánime estío en sus escombros

montañas y destellos agrietados

la cálida desnudez del tiempo

venido de tan lejos a empaparme

de todo el asombro del amor –

ALMENDROS

Almendros

Hacerte surgir

de la providencia del brinco

 de la fractura perdida del saltar.

Ahí te mantienes

en los escombros del porche

frescor de savia, manojo de espuma –

nieve olorosa en la noche de la mirada.

¡Qué simple es la alegría al final del recorrido oscuro!

¡De qué forma esas finísimas películas dan cuerpo a la luz!

¡Mira cómo se disuelve este poquito

de blanco caído en el fondo del ojo!

¡Los almendros en la noche!

¡Oh picos de claridad!

Pulsación sorda de las estrellas

en la espesura de la tierra –

El sol acostado en su barca subterránea

nuestros dedos ciegos buscan colores –

en tu boca coágulos de tinieblas

en tu vientre el dolor de la ponzoña

saber de tu vida si puedes comprenderla –

RAUAD

Mediterráneo puro: isla de Santorini

No sé dónde empieza el cielo

dónde acaba el mar.

Deseos azules y grises

se cruzan en la alta extensión

y se beben –

Tumbado en el movimiento

una cuchilla de acero basto

aún más avara en palabras.

¿Cómo separar eso que baila

en tu mirada y el escalofrío o la paz

de un músculo de luz?

Sobre el pelaje ocre-amarillo

amargo en la bruma de septiembre

Más Mediterráneo: isla de Menorca

un hombre se inclina sobre la página

de agua diáfana en su sangre –

se adelanta sin que nada se mueva

hacia una fuente que no ves

en las aguas sin principio.

¿Es él? ¿es el mar? ¿o el cielo?

el mordisco del puñetazo en el día

la herida del gavilán lanzado

red de nervios en el agua incendiada –

espejo y luz curados de inmediato.

¡Qué soltura, qué precisión!

Gobiernan ellas remolinos y bóvedas

del agua, del aire, del nadar y del vuelo

el suelo arrugado, los ardores del verde

verdes y azules

alma o ala despliegan la gran extensión –

Linaria

LINARIA

Perfume de tierra desnuda.

Veinte casas acurrucadas en el seno de la peña

todas las ventanas hacia fuera.

Tarde: el cielo en el agua apoyado

muchachas negras, risas, cuchicheos.

La noche es un mundo grande de veinte habitaciones

colgadas en el halo de los quinqués de petróleo.

Una capilla blanca

una anciana de negro

donde arde el incienso.

Una taberna

los brazos de los hombres fatigan las mesas,

pesados de redes y de remos.

Sombras inmensas arrojadas contra las paredes

olor de pescado, de risas, de blasfemias –

la grasa vivaz corre por los miembros, ¡el baile!

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Dos nuevos artículos periodísticos

De nuevo coloco aquí dos de los artículos publicados últimamente en el periódico Ideal, en esa columna semanal que se reserva a los miembros de la Academia de Buenas Letras. El primero fue una reflexión sobre la novela. Del segundo debo decir que, en anterior artículo había yo hecho apuesta por la concesión del Nobel al escritor rumano Mircea Cartarescu, como pudo leer quien me siga en este blog, y marré el tiro: el premio fue a parar a otra escritora muy admirada por mí, Annie Ernaux quien, curiosamente, practica una novelística que yo repudiaba en el anterior artículo. Sí, sí, repudiaba pero que admiro en la francesa porque es una verdadera maestra en novelar su propia vida sin caer en fácil lágrima ni en el autohalago, ni tampoco en el regodeo. En fin, por eso hablo de contradicciones, pero yo, como ya he dicho en alguna otra ocasión, imitando a don Miguel de Unamuno, no puedo ser objetivo porque no soy un objeto, sino un sujeto. Acaso un mal sujeto.

Beneficios de escribir una novela

Una novela es un mundo. Crear ese mundo. Tanto si es un mundo nuevo, fantástico, como si sucede en nuestro mundo conocido, con personajes que podríamos encontrar al volver la esquina. Quien la escribe convierte su vida en ese mundo que crea. De modo que, en muchas ocasiones, si el novelista es bueno, sus protagonistas se convierten en amigos, enemigos, admirados, despreciados, envidiados, deseados u odiados, pero siempre comprendidos. El autor vive dos vidas: la real, la suya cotidiana y la inventada. Y no crean ustedes, esa vida inventada puede ser tan real, dolorosa, placentera, monótona o aventurera como la otra.

Si el narrador tiene calidad, cuanto menos si su escritura es de largo desarrollo, ese sumergirse en el mundo ideado implica documentarse. No solo documentarse en el ambiente histórico de la novela, sino asimismo sobre los asuntos que rodean a los personajes. Si hay uno que sea torero, el escritor deberá estudiar tauromaquia, si es pescador, tendrá que saber del mar, y si fuese boxeador tendrá que conocer los intríngulis de ese deporte. Lo que implica, en muchas ocasiones, unas erudiciones equivalentes a cien carreras universitarias. Pero sobre todo, esa erudición no deberá notarse, al lector no le importan los esfuerzos del escritor sino los resultados. Los conocimientos y, por ende, la sabiduría, que se adquieren escribiendo una novela son harto satisfactorios. Los personajes acabarán diferentes de cuando su historia fue iniciada. El autor, también. A veces, hasta mejor persona. Depende. Por eso es especie de traición escribir ficción hablando solo de aquello que previamente se conoce. Digamos que es traición la autoficción, es decir, tomar la propia vida y, con ligeras variaciones, narrarla sin añadir nada que no se sepa ya. Yo lo he hecho, y me arrepiento. Mi remordimiento llega a extremos de autoflagelación. Por eso ahora intento escribir siempre algo que me aporte cosas a mí mismo. A fin de cuentas, como me leen cuatro amigos y un par de desconocidos (con suerte), lo importante de todo esto es gozarla, llenar un tiempo que de otra forma estaría vacío, aprender, incrementar la sabiduría (muy a menudo, esta tiene bien poco que ver con los conocimientos), es decir, que escribo para mí mismo, o casi. “Escribir en Madrid es llorar”, dijo Mariano José de Larra. En Madrid y hasta en Bollullos. No lloro: me carcajeo e intento aprender. Y disfrutar.

Contradicciones divertidas

Hay golpesenla vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! … Golpescomo del odio de Dios, escribió César Vallejo. En otras ocasiones no se pone tan trágica y nos proporciona capirotazos, pescozones de esos que duelen un poquito y luego dan risa. En anterior artículo, en esta misma columna, decía yo que se debía evitar la autoficción, que la narrativa era invento que requería documentación, y que así, de idéntica manera que el protagonista llega al final cambiado, también el autor cambia gracias a esa investigación.

Mire usted por dónde, el Nobel de Literatura de este año ha correspondido a una mujer, Annie Ernaux, que hace autoficción, que convierte su propia vida en narración, modificando acá o acullá un par de aspectos. Y lo hace con una maestría inmensa, puedo garantizarlo: novelas como Los años, El acontecimiento o Pura pasión, son magníficas, estupendas. Que le hayan dado el Nobel o cualquier otro premio no garantiza una calidad. Los premios no responden, a veces, a criterios de calidad, aunque ese premio sueco tenga muchísima fama. Admiro, así, y debo aceptarlo, esa literatura casi autobiográfica que hace Ernaux, por mucho que vaya yo pregonando que no me gustan los escritores que no hacen otra cosa que hablar de sí mismos.

La novelística francesa está hoy en un nivel de excelencia superior a otros países. Annie Ernaux, Amin Maalouf, Patrick Modiano, Jean-Marie Le Clézio, ambos premios Nobel, Michel Houellebecq, Yasmina Khadra (argelino escribiendo en francés), Emmanuel Carrère, Tahar ben Jelloun, Mathias Énard, Jean Echenoz, Marie Darrieussecq, etc. Se puede deducir de sus apellidos que algunos no son de cuna francesa. Quizá sea esa diversidad, ese aluvión de personas de diferentes orígenes que ha permitido la legislación francesa y la de tantos otros países de la UE, lo que ha enriquecido su cultura. Argelinos o magrebíes hay unos cuantos. Hay un Vargas y un García entre esos narradores. Nietos, quizá, de refugiados españoles de nuestra Guerra Civil. No fueron estos bien recibidos por el gobierno francés en aquel momento (mi padre uno de ellos), a pesar de lo cual, algunos se quedaron y prosperaron allí, ennobleciendo la sociedad gala. De modo que me trago mis propias palabras sobre la autoficción, no por la novedad del Nobel, sino por la calidad de Ernaux, a quien merece la pena leer completa, y no solo por su reivindicación de lo femenino, sino también por ella misma.

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