“Traducir es la mejor forma de lectura”, aseguró Italo Calvino. Dominar, lo que puede llamarse dominar, no domino ninguna lengua, y del todo, ni siquiera la mía materna, es decir, el español. Intento poseer un español estándar, un español peninsular y académico, aunque a veces pueda este extenderse a modismos que me vienen de lecturas foráneas. Hablo catalán, lo escribo fatal y lo leo regular, normalmente con mucha ayuda de diccionario si es un catalán literario, que es el que me interesa. Algo parecido, pero de peor nivel, me sucede con el francés. Estudié inglés, como tanta gente, y ni siquiera atinaría a comprender la dirección de una calle. Me dio por estudiar algo de alemán y disfruté muchísimo haciéndolo, pero no llego mucho más allá de danke schön o guten morgen. Por mi afición a la cábala (quiero acostumbrarme a escribir Kabalah, que debería ser la grafía adecuada) cursé un año de hebreo en la Facultad de Letras granadina. También lo gocé y deletreo, muy trabajosamente, al menos si hay puntos diacríticos, pues de no haberlos, soy incapaz de distinguir si aquí corresponde una a y allá una e.
Durante un tiempo traduje del francés, siguiendo la recomendación de Julio Cortázar, quien exhortaba a traducir en ese tiempo en el cual al narrador no se le ocurre nada, sea sobre algo nuevo, o cómo continuar lo ya iniciado. Cometí la locura de traducir a Henri Michaux. Vous êtes bien fou, monsieur, como me dijo cierta francesa cuando le comenté esa chifladura. Hoy no me atrevería. Pero traduje a Loránd Gáspár (escrito así, con una ortografía nada francesa, pues tal cual firmaba este poeta), un cirujano francés, famoso en su ámbito médico, y poeta por afición. El libro, de Gallimard, claro está, lo compré en una librería de Clermont-Ferrand. La librera, escuchándome farfullar mi francés, puso la misma cara que la señora anterior, la de “Vous êtes bien fou, Monsieur”, cuando le dije que deseaba comprar libros de poesía para traducirlos tranquilamente en mi casa: la duda sobre mi capacidad estaba mucho más allá de lo razonable. Adquirí poemarios y antologías de Max Jacob, de Bonnefoy, de Laforgue, de Queneau, de Ponge, en fin, una chifladura la padece cualquiera.
Aparte de algunos libros de Michaux, como ya he dicho, solo he traducido completo el poemario de Gáspár Patmos y otros poemas. Fue una gozada a causa de lo dicho al principio por Italo Calvino, en algunos casos tropecé con pedruscos considerables. Los sorteé como pude, calentándome la cabeza y disfrutando con ello. Dudo mucho que estas traducciones ofrecidas aquí, en mi blog, de unos cuantos poemas de este francés de origen húngaro, fallecido desgraciadamente en 2019 a causa de la maldita enfermedad de Alzheimer, tengan calidad poética. Le escuché decir a mi queridísima amiga Clara Janés que el traductor de poesía, debería, sería recomendable, que fuese poeta. Yo no soy poeta, aunque otro querido amigo, José Lupiáñez, asegura que sí tras su lectura de mi poemario en prosa El árbol, y no soy quien para negarle la razón, aunque sí dude algo de la suya por aseverar semejante cosa. Hice lo que pude y, sobre todo, saboreé esa lectura privilegiada del traductor. Evidentemente, no pude contactar con el poeta para preguntarle esto o lo otro, qué había querido insinuar en tal verso o qué ocultar en tal otro. Eso lo debería hacer, sí, por obligación, cualquier traductor que traduzca obra de persona viva. No pudo ser y estoy seguro de que mi trabajo se resiente de ello. Qué le vamos a hacer.
No hallé editor para la traducción, pues ella requería, por supuesto, el permiso de autor y editorial francesa. Si me hubiese dirigido a Gallimard para rogarles autorización, se habrían despiporrado de risa a costa de este pobre mindundi aficionado.
Los poemas son muy líricos, mediterráneos a pesar de la procedencia magyar y la residencia parisina de Loránd Gáspár; sabe a mar, o así me pareció degustarlos, huelen a gaviota, a redes al sol, a arena, a velas. No soy crítico para saber o clasificar, solo sé que me gustan. Me gustaron en el corazón, que es lo que cuenta. Me atrevo a poner algunos de ellos. Vosotros diréis, pero estimad con esta otra frase de Calvino que aquí trascribo por el aquel de la simetría: “El traductor literario es el que se pone en peligro a sí mismo para traducir lo intraducible”.
Una osadía, lo sé. Excusadme.
PATMOS
En la callejuela adoquinada de mar
tres ancianas vestidas de negro
iluminadas por el blanco de un muro
reciben la noche.
El coro antiguo me saluda en el umbral
las voces más altas desentonan un poco
bajo la ceniza dormida de los lutos
se estremece la memoria de un fuego.
La pesca fue buena este año
me acuerdo del miedo en las profundidades,
el combate oscuro, el destello remachado,
un timbre apagado en la música –
esto se mueve aún en la carne
tanta tiniebla a excavar de pronto
en el camino no sabes por qué
allí donde cantan las Erinias –
carne de sombra como un fruto abierto
por el espejo afilado de las aguas –
en el aire demorado las nervaduras
relucientes de vuelos desaparecidos –
¡cómo nada la luz!
ligera y ágil entre los dientes
de los dragones retozando en los abismos
de una China del alma no olvidada
sus garras laceran el edredón de las nubes
¡ah, los copos ardorosos de su respiración!
y el ala negra del pincel
rozó el viento que apenas mueve
los bambúes en el callado, callado
papel de Chu Ta –
vida quemada viva
por una sed implacable –
el pusilánime estío en sus escombros
montañas y destellos agrietados
la cálida desnudez del tiempo
venido de tan lejos a empaparme
de todo el asombro del amor –
ALMENDROS
Hacerte surgir
de la providencia del brinco
de la fractura perdida del saltar.
Ahí te mantienes
en los escombros del porche
frescor de savia, manojo de espuma –
nieve olorosa en la noche de la mirada.
¡Qué simple es la alegría al final del recorrido oscuro!
¡De qué forma esas finísimas películas dan cuerpo a la luz!
¡Mira cómo se disuelve este poquito
de blanco caído en el fondo del ojo!
¡Los almendros en la noche!
¡Oh picos de claridad!
Pulsación sorda de las estrellas
en la espesura de la tierra –
El sol acostado en su barca subterránea
nuestros dedos ciegos buscan colores –
en tu boca coágulos de tinieblas
en tu vientre el dolor de la ponzoña
saber de tu vida si puedes comprenderla –
RAUAD
No sé dónde empieza el cielo
dónde acaba el mar.
Deseos azules y grises
se cruzan en la alta extensión
y se beben –
Tumbado en el movimiento
una cuchilla de acero basto
aún más avara en palabras.
¿Cómo separar eso que baila
en tu mirada y el escalofrío o la paz
de un músculo de luz?
Sobre el pelaje ocre-amarillo
amargo en la bruma de septiembre
un hombre se inclina sobre la página
de agua diáfana en su sangre –
se adelanta sin que nada se mueva
hacia una fuente que no ves
en las aguas sin principio.
¿Es él? ¿es el mar? ¿o el cielo?
el mordisco del puñetazo en el día
la herida del gavilán lanzado
red de nervios en el agua incendiada –
espejo y luz curados de inmediato.
¡Qué soltura, qué precisión!
Gobiernan ellas remolinos y bóvedas
del agua, del aire, del nadar y del vuelo
el suelo arrugado, los ardores del verde
verdes y azules
alma o ala despliegan la gran extensión –
LINARIA
Perfume de tierra desnuda.
Veinte casas acurrucadas en el seno de la peña
todas las ventanas hacia fuera.
Tarde: el cielo en el agua apoyado
muchachas negras, risas, cuchicheos.
La noche es un mundo grande de veinte habitaciones
colgadas en el halo de los quinqués de petróleo.
Una capilla blanca
una anciana de negro
donde arde el incienso.
Una taberna
los brazos de los hombres fatigan las mesas,
pesados de redes y de remos.
Sombras inmensas arrojadas contra las paredes
olor de pescado, de risas, de blasfemias –
la grasa vivaz corre por los miembros, ¡el baile!
Mas que una «osadía» diría yo belleza. Gracias por traducirlos y compartirlos.
Un abrazo grande.