Dos nuevos artículos periodísticos

De nuevo coloco aquí dos de los artículos publicados últimamente en el periódico Ideal, en esa columna semanal que se reserva a los miembros de la Academia de Buenas Letras. El primero fue una reflexión sobre la novela. Del segundo debo decir que, en anterior artículo había yo hecho apuesta por la concesión del Nobel al escritor rumano Mircea Cartarescu, como pudo leer quien me siga en este blog, y marré el tiro: el premio fue a parar a otra escritora muy admirada por mí, Annie Ernaux quien, curiosamente, practica una novelística que yo repudiaba en el anterior artículo. Sí, sí, repudiaba pero que admiro en la francesa porque es una verdadera maestra en novelar su propia vida sin caer en fácil lágrima ni en el autohalago, ni tampoco en el regodeo. En fin, por eso hablo de contradicciones, pero yo, como ya he dicho en alguna otra ocasión, imitando a don Miguel de Unamuno, no puedo ser objetivo porque no soy un objeto, sino un sujeto. Acaso un mal sujeto.

Beneficios de escribir una novela

Una novela es un mundo. Crear ese mundo. Tanto si es un mundo nuevo, fantástico, como si sucede en nuestro mundo conocido, con personajes que podríamos encontrar al volver la esquina. Quien la escribe convierte su vida en ese mundo que crea. De modo que, en muchas ocasiones, si el novelista es bueno, sus protagonistas se convierten en amigos, enemigos, admirados, despreciados, envidiados, deseados u odiados, pero siempre comprendidos. El autor vive dos vidas: la real, la suya cotidiana y la inventada. Y no crean ustedes, esa vida inventada puede ser tan real, dolorosa, placentera, monótona o aventurera como la otra.

Si el narrador tiene calidad, cuanto menos si su escritura es de largo desarrollo, ese sumergirse en el mundo ideado implica documentarse. No solo documentarse en el ambiente histórico de la novela, sino asimismo sobre los asuntos que rodean a los personajes. Si hay uno que sea torero, el escritor deberá estudiar tauromaquia, si es pescador, tendrá que saber del mar, y si fuese boxeador tendrá que conocer los intríngulis de ese deporte. Lo que implica, en muchas ocasiones, unas erudiciones equivalentes a cien carreras universitarias. Pero sobre todo, esa erudición no deberá notarse, al lector no le importan los esfuerzos del escritor sino los resultados. Los conocimientos y, por ende, la sabiduría, que se adquieren escribiendo una novela son harto satisfactorios. Los personajes acabarán diferentes de cuando su historia fue iniciada. El autor, también. A veces, hasta mejor persona. Depende. Por eso es especie de traición escribir ficción hablando solo de aquello que previamente se conoce. Digamos que es traición la autoficción, es decir, tomar la propia vida y, con ligeras variaciones, narrarla sin añadir nada que no se sepa ya. Yo lo he hecho, y me arrepiento. Mi remordimiento llega a extremos de autoflagelación. Por eso ahora intento escribir siempre algo que me aporte cosas a mí mismo. A fin de cuentas, como me leen cuatro amigos y un par de desconocidos (con suerte), lo importante de todo esto es gozarla, llenar un tiempo que de otra forma estaría vacío, aprender, incrementar la sabiduría (muy a menudo, esta tiene bien poco que ver con los conocimientos), es decir, que escribo para mí mismo, o casi. “Escribir en Madrid es llorar”, dijo Mariano José de Larra. En Madrid y hasta en Bollullos. No lloro: me carcajeo e intento aprender. Y disfrutar.

Contradicciones divertidas

Hay golpesenla vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! … Golpescomo del odio de Dios, escribió César Vallejo. En otras ocasiones no se pone tan trágica y nos proporciona capirotazos, pescozones de esos que duelen un poquito y luego dan risa. En anterior artículo, en esta misma columna, decía yo que se debía evitar la autoficción, que la narrativa era invento que requería documentación, y que así, de idéntica manera que el protagonista llega al final cambiado, también el autor cambia gracias a esa investigación.

Mire usted por dónde, el Nobel de Literatura de este año ha correspondido a una mujer, Annie Ernaux, que hace autoficción, que convierte su propia vida en narración, modificando acá o acullá un par de aspectos. Y lo hace con una maestría inmensa, puedo garantizarlo: novelas como Los años, El acontecimiento o Pura pasión, son magníficas, estupendas. Que le hayan dado el Nobel o cualquier otro premio no garantiza una calidad. Los premios no responden, a veces, a criterios de calidad, aunque ese premio sueco tenga muchísima fama. Admiro, así, y debo aceptarlo, esa literatura casi autobiográfica que hace Ernaux, por mucho que vaya yo pregonando que no me gustan los escritores que no hacen otra cosa que hablar de sí mismos.

La novelística francesa está hoy en un nivel de excelencia superior a otros países. Annie Ernaux, Amin Maalouf, Patrick Modiano, Jean-Marie Le Clézio, ambos premios Nobel, Michel Houellebecq, Yasmina Khadra (argelino escribiendo en francés), Emmanuel Carrère, Tahar ben Jelloun, Mathias Énard, Jean Echenoz, Marie Darrieussecq, etc. Se puede deducir de sus apellidos que algunos no son de cuna francesa. Quizá sea esa diversidad, ese aluvión de personas de diferentes orígenes que ha permitido la legislación francesa y la de tantos otros países de la UE, lo que ha enriquecido su cultura. Argelinos o magrebíes hay unos cuantos. Hay un Vargas y un García entre esos narradores. Nietos, quizá, de refugiados españoles de nuestra Guerra Civil. No fueron estos bien recibidos por el gobierno francés en aquel momento (mi padre uno de ellos), a pesar de lo cual, algunos se quedaron y prosperaron allí, ennobleciendo la sociedad gala. De modo que me trago mis propias palabras sobre la autoficción, no por la novedad del Nobel, sino por la calidad de Ernaux, a quien merece la pena leer completa, y no solo por su reivindicación de lo femenino, sino también por ella misma.

Acerca de elarboldearnas

Escritor y, sobre todo, novelista.
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Una respuesta a Dos nuevos artículos periodísticos

  1. Carmen Hernández Montalbán dijo:

    Gracias Miguel, comparto en el Facebook de La Oruga. Espero que estés bien.

    Un fuerte abrazo 🤗

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