Tres artículos periodísticos

La abulia, el sentimiento de incapacidad, un incierto pesimismo. Nunca el aburrimiento.

Desde noviembre pasado no he colocado nada en este blog que comparto con quienes me quieran leer. No por falta de material, sino por falta de ganas. Respecto a la enfermedad que describí, con algo de sorna sioux o apache en mayo o junio pasado, ya es historia: estoy curado. Mi piel vuelve a ser normal y, debido a que el verano pasado me abstuve de playa y piscina, ahora más parezco sueco recién aterrizado en Torremolinos que indio navajo. Rachas. Ahora pongo aquí tres artículos de los publicados en el periódico Ideal para esa columna que este pone a disposición de los miembros de la Academia de Buenas Letras de Granada. Hace unos días, un amigo me manifestó su pánico a que se le olvidase escribir por falta de ejercicio. Eso me pasa a mí. Por la santa gracia de esa racha de la que hablo, he estado varios meses, digamos, en el dique seco. No me he sentido agobiado. Solo que el oficio no se me puede olvidar, tiene razón mi amigo. Intentaré ponerme al día aunque mis lectores sean escasos. Escribo para nadie, repitiendo una frase que recitó ayer un poeta en el Centro Artístico de Granada. ¿Qué más da?

Como de costumbre, también, estos artículos están publicados en la página web de la antedicha Academia.

La importancia de explicar bien

Nunca he sido partidario de soportar las monsergas aprendidas por los guías turísticos. Y sin embargo, hay excepciones. Como en todo. Ya he dicho en otras circunstancias que no hay cosa más tonta que el prejuicio.

Alcázar de la Puerta de Sevilla de Carmona.

Para celebrar cierto aniversario privado, mi esposa y yo viajamos a principios del mes de febrero a Carmona. Nos alojamos en el Parador Nacional. En la explanada delantera se nos acercó un hombre proponiéndonos uno de esos tours turísticos en bus eléctrico, descubierto, a pesar de la fresquita, y estrecho de manga. Habida cuenta lo declarado antes, dudamos. Por fin ella, con buen criterio, me dijo, ¿por qué no nos dejamos guiar, sabemos dónde está lo interesante y mañana por la mañana lo visitamos a nuestro aire? Montamos en el vehículo tres parejas, unos brasileños, unos sevillanos y nosotros, más tres turistas españoles con apariencia de ser matrimonio con hija ni joven ni madura.

Y empezó el periplo. Para nuestra sorpresa, Alfonso, que así se llamaba el guía, resultó ser, no solo simpático, según es fama de los sevillanos, sino conocedor por estudios y pasión de la historia y de la Historia de Carmona, es decir, de sus entresijos cotidianos en siglos pasados, así como de las epopeyas de manual antiguas y contemporáneas. La fortaleza del rey Pedro, mal llamado el Cruel, la arqueología prehistórica, la judería ya desaparecida pero cuyos vestigios quedan en el trazado de las calles, los conventos de monjas habitados por pocas religiosas, las iglesias de más enjundia, las puertas de la vieja muralla, el Decumano y el Cardo, calles romanas que iban de este a oeste y de sur a norte cuyas trazas perviven en las calles carmonenses, la plaza de San Fernando como centro neurálgico y de reunión de la ciudad, los barrios habitados antaño por braceros que ocupaban habitación por familia, algunas numerosas, barrios que se van deteriorando inevitablemente por la ausencia de comercios que los convierten en casi inhabitables y, lo mejor del caso: el plafón en la clave del arco de la puerta de Sevilla, resto de la antigua casa edificada contra la muralla y del cual colgaba la lámpara del salón de dicha vivienda: uno de esos detalles demostrativos, no solo de la vida diaria de la ciudad que fue, sino del conocimiento y amor por su ciudad del guía. Sorpresas te da la vida, decía la canción, y esta fue grata.

Teléfonos impertinentes

Todos hemos visto películas de espías o héroes de esos que se infiltran en cualquier organización y salvan a la persona importante escondiéndose y sorprendiendo a los malos. En tales casos es vital el silencio. El chico, como lo llamábamos antes, es decir el protagonista, se acerca solapadamente a los confiados secuestradores, traficantes, espías enemigos y ¡de un golpe!, los neutraliza, o dicho de forma más brutal, se los lleva por delante, se los carga, los apiola.

Pues bien, imaginemos por un instante que en esos momentos previos tan sigilosos, donde tan importante es la sorpresa ante los malhechores, suena el móvil del bueno y se escucha una voz diciendo, buenas tardes, mi nombre es X y le llamo para recomendarle mejore su contrato de telefonía, con ventajas que nadie…

¿No podría Jason Statham, por ejemplo, acusar de homicidio involuntario a esas compañías, sean de telefonía, de servicio eléctrico, ONGs varias o de instalación de paneles solares, que incordian proponiendo servicios que, si uno está interesado, bastaría con acudir a sus sucursales, consultar sus páginas web o, simplemente, que sea el usuario quien telefonee interesándose por sus mejoras de las contratas existentes? Por suerte, en la vida real, las Unidades de Intervención Policial, que hacen lo de las películas pero en serio, deben llevar los móviles apagados o dejarlos en el cuartel, porque si no… imagínense.

Peor aún, y prescindiré de ficciones cinematográficas: uno espera la llamada de un familiar que acompaña a otro que está siendo intervenido en quirófano, o aguarda la confirmación de llegada de alguien que ha partido de viaje (en esos casos, y sobre todo la gente mayor, siempre tememos lo peor: accidente de coche, avión estrellado, tren descarrilado), o del todo más grave: uno acecha que el amado o la amada, a quien se acaba de enviar un mensaje confesándole amor, conteste aceptando o rehusando, y ¡zas!, ese imprudentísimo telefonazo de la señorita X ofreciéndole tropecientos gigas de internet. ¡Cuántas veces me han llamado interrumpiéndome la siesta! Pongo el móvil en no molestar, oh sí, pero de tal hora a tal otra, y a lo peor, ese día sesteo más temprano o más tarde, y allí tengo al zángano de turno señor X de tal o cual compañía. Jaquecas, afecciones estomacales, sinsabores hepáticos, incordios renales, de todo eso se les puede acusar. Al menos, que nos paguen las terapias de relajación.

De nuevo, una obra menor

¡¿Cómo, no has leído ese libro?! Suele sorprenderse el muy versado, principalmente si se trata de literatura clásica española, de las carencias del interlocutor. Quizá, hasta desdeñe, un tanto olímpico. Pero el placer del asombro no se lo lleva el docto sino el hasta ahora ignorante. Es obra menor esta La isla sin aurora, de Azorín. Y no obstante, el gusto del novato con el cual la lee carece de parangón.

Portada de la edición de Áncora y Delfín, de La isla sin aurora, de Azorín

Un sueño, una escapada onírica es el tema. Tres personajes: un poeta, un novelista y un dramaturgo, españoles, por supuesto, se embarcan, o lo pretenden, en una navegación irreal a una isla sin aurora. Encuentran allí a Edipo, a Fausto, a un hada, una ondina y una sirena, más, por supuesto, un fauno; y a un anciano que robó la aurora para traficar con ella para los europeos, posible explicación inexplicable.

Las obsesiones del 98 están aquí: la desilusión, la misantropía, la duda sobre el progreso. No así el problema de España. ¿Cómo pudo este hombre ser tan vanguardista en algunas cosas? Hay conflicto entre autor y personajes, hay juego con la filosofía popular, sin mayores afanes, pues no era hombre de ínfulas. El aburrimiento rural aparece entre estos hombres recluidos voluntariamente en su sueño, el sinsentido, su pizca de misoginia, aunque con la amabilidad propia de la época (no siempre existieron los estudios de género; incluso, increíble, hubo un tiempo en que vivíamos en cuevas). También la necesidad de lo exótico, lo insólito, como esos paseos que el poeta se da, en el viaje inexistente, por las callejas pletóricas de cacharros y olores de ciudades orientales. Pero hay algo en lo que Azorín insiste, si bien con su típica displicencia: la limitación, la de uno mismo y la de la propia obra. Se trata por tanto, de una novela, si lo es, de pensamiento, acaso descafeinado, no trascendental, pero pensamiento al cabo, lucubradora de esos límites que, no solo nos imponemos nosotros mismos, sino que también vienen de fuera y son inevitables. La dedicatoria es a Gerardo Diego, poeta del ensueño, y ensueño es, como quería Unamuno, de quien puedo afirmar fue una lástima no le alcanzase la vida para leerla porque, sin duda, le habría gustado, y mucho. Consultado un amigo, en efecto, es obra rara, casi desconocida. Consultado Internet, pozo de ciencia, fue escrita en 1944, ya acabada la Guerra Incivil.

Acerca de elarboldearnas

Escritor y, sobre todo, novelista.
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2 respuestas a Tres artículos periodísticos

  1. Josefina Martos Peregrín dijo:

    Querido Miguel, me alegro de corazón de que tu enfermedad haya pasado. Y te agradezco los artículos; frecuento tan poco la prensa que me los hubiera perdido, si no me los mandas. Gracias. Cuídate. Ah, anteayer volvimos del viaje a Egipto. Lo he sobrellevado bien, a pesar de mis achaques, vale la pena la experiencia. Un abrazo. Josefina Martos Peregrín http://josefinamartosperegrin.blogspot.com.es/

  2. Gracias por poner un comentario, Josefina. Me alegro de ese viaje y que tus achaques no te hayan impedido gozarlo. Un beso muy grande

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