Tres recomendaciones literarias

Portada de Los desorientados, de Amin Maalouf

Hace tiempo que no recomiendo ninguna lectura. Solo puedo hablar de mi gusto: quien lo comparta, estupendo, y quien no, nada, ni caso a mis sugerencias.

En determinadas décadas del siglo XX se impuso el realismo social tanto en literatura (novela y cuento) como en el cine, ambos artes narrativos. Las tres obras que ponderaré cumplen, en cierto modo, ese precepto. Solo en cierto modo.

Al grano: la una es Los desorientados, de Amin Maalouf. Este autor libanés sitúa la acción allí, en Líbano. La muerte de un antiguo amigo convoca, primero al protagonista, quien escribe en forma de diario parte de la novela escrita en 1ª persona; la otra parte, que se intercala con ese diario, está escrita en 3ª persona,por un narrador omnisciente. Recuerdos de ese grupo de amigos en el Beirut de antes de su Guerra Civil evocados, tanto por el protagonista Adam (nombre que no es elegido al azar) como por otros colegas que van apareciendo, pues el proyecto que en seguida se plantea aquel, es convocarlos a todos a un reencuentro, a la que asistirá también la viuda del finado que fue, a fin de cuentas, no el líder sino el alma del grupo, aquel que ponía a disposición de todos ellos una casa para la amistad, para las discusiones sociales, culturales y de todo tipo. En esos recuerdos se entrevera la realidad del país, las tensiones políticas y religiosas, pues la peña está compuesta por un judío, varios cristianos maronitas y unos cuantos musulmanes, tanto mujeres como hombres. Pero la religión marca poco las avenencias y disensiones entre ellos: lo que más las condiciona es la pertenencia a colectivos diversos. Para mí esta es una innovación en el enfoque del o los conflictos: las religiones, a las que se le achacan todos los males, no son sino eso, una pertenencia como lo sería, casi, a un equipo deportivo en competición con otros.

Amin Maalouf

Con el inicio de aquella Guerra Civil libanesa, que duró desde 1975 hasta 1990, aunque las secuelas y las escaramuzas duraron más, algunos de los amigos emigran, entre ellos el mismo protagonista, que se afinca, como el autor de la novela, en París, e incluso tiene allí pareja. Otro de esos compañeros, integrado en una milicia aunque de forma un tanto estrafalaria, muere nada más iniciar aquella guerra, y otros se quedan, contemporizando o emboscándose, como diría Jünger, es decir, apartándose y disimulándose con el paisaje. En ese contemporizar se inicia el conflicto novelístico, pues el recién fallecido lo hizo e incluso llegó a ocupar un ministerio en el gobierno de aquel Líbano enfrentado, diezmado por la guerra y pringado de corrupción. Algunos lo comprenden, otros no lo perdonan. Cada uno tiene sus razones. Eso de la corrupción también está expuesto de forma lateral pero contundente: el amaño de contratos, las comisiones son costumbre arraigadísima, por lo que viene a decir Maalouf, y tan difícil de extirpar como un cáncer con metástasis.

Aquella no fue una guerra con dos bandos, sino de todos contra todos. Corrillos, grupúsculos, camarillas. Todos armados hasta los dientes. Y para colmo, la intervención de ciertas potencias extranjeras que apoyaban a unos u otros según interés. Y las fuerzas de la ONU: buenas intenciones.

Todo esta descrito en forma de recuerdos dolorosos. En contrapunto, los otros recuerdos, ese grupillo de amigos de antes de la guerra, son enternecedores. Y lo son las opiniones de cada uno de ellos, sus defensas, sus vidas nuevas en el exilio o en el país.

Imagen de aquella guerra civil libanesa

El discurso del padre del judío Naím a este cuando deciden emigrar a Brasil. La historia del protagonista, Adam, con La Hanum, la señora con quien hace amistad siendo un niño de 10 años. La historia de fray Basile, es decir Ramsi, el ingeniero que se mete a fraile. El amorío entre Semiramis y Adam, con ese “permiso” que le piden a Dolores, la compañera de Adam en el lejano París, para acostarse, y la extremada civilización de esta concediéndolo, al mismo tiempo que teme perderlo y sufre. Las recriminaciones de Tania, la viuda de Mourad por el distanciamiento de su mejor amigo, Adam, el protagonista. La historia de Albert, quien decide suicidarse y cuando va camino de su casa para hacerlo, lo secuestran y eso le salva la vida, y no solo eso, sino que lo pone en contacto con el matrimonio secuestrador, que lo hacen como represalia por el secuestro de su hijo, y las rencillas y venganzas son de barrio a barrio. A partir de ahí, el fracasado suicida considerará a esa pareja, cuyo hijo es asesinado, sus segundos padres, puesto que a los verdaderos apenas los vio nunca.

El conflicto sempiterno (israelíes y el resto llevan 3000 años peleándose) de Oriente Próximo está magníficamente expresado en esta novela, aunque se centre en el Líbano. No es un asunto solo de religión, tampoco lo es a causa de la instauración del Estado de Israel, tampoco de viejos colonialismos. Es todo revuelto, todo a la vez. Por eso no hay dos bandos hostiles sino muchos.

Una novela, en fin, tan llena de momentos álgidos, importantes, maravillosos, que la hace de obligado cumplimiento.

Yasmina Khadra

La segunda es El atentado, de Yasmina Khadra. Este autor, que firma con seudónimo femenino, es un antiguo militar argelino que reside actualmente en Francia.

Un médico palestino, Amin Jaafari, muy integrado en Israel, se entera de pronto de que su esposa se ha inmolado en un atentado suicida en Tel Aviv. La novela gira en torno a la investigación que, por su cuenta, inicia para comprender los motivos por los que esa mujer, cómodamente instalada en la sociedad judía, de clase media alta, con un matrimonio plenamente satisfactorio, ha querido hacer semejante barbaridad. Esa indagación lo lleva a meterse, y es expulsado a golpes, en el entorno de un predicador fundamentalista, posiblemente instigador intelectual de tantos “héroes” que se sacrifican por la causa, aunque él, claro, se mantiene vivo aun siendo objetivo de los servicios secretos israelíes. Lo de siempre: unos sacuden el árbol, otros recogen las nueces.

Portada de El atentado, de Yasmina Khadra

Todo es un contrasentido y, finalmente, no hay una explicación. La rabia, sí, la humillación constante ejercida por el ejército israelí a los palestinos, pero combinada con el deseo de estos de echar a los judíos de allí, que no quede ni uno vivo, y eso, como es de suponer, es una utopía, sería mejor negociar (ya se hizo en Cam David, USA) y cumplir los acuerdos por ambas partes. Sin embargo, lo último es más utópico aún que lo anterior. Es novela que golpea, que no se puede leer tranquilo porque de continuo te está dando tortazos en la cara; tal vez sea eso lo que yo le pido al arte, y especialmente a la literatura pues son las palabras mi instrumento y la narrativa el amor de mi vida, tal vez lo que le pido sea esos golpes, la intranquilidad, la huida de los finales felices, de los paños calientes que nos proporciona cierta literatura a la que llamo “de tumbona”, apropiada para la sonrisita plácida bajo la sombrilla y a la vera de un mar aceitoso.

Se hizo una película sobre la novela y con el mismo título, pero la obra literaria la supera, aunque la ambientación, los diálogos, etc., están bien conseguidos. El final es distinto y eso desmerece en la película porque el novelístico subraya aún más el absurdo de esa lucha que lleva milenios y apunta maneras de no acabar nunca, tanto por culpa de unos como por la de los otros. También se ha adaptado al cómic con bastante éxito.

La traducción, fiel y eficaz, es de Wenceslao Carlos Lozano, compañero de la Academia de Buenas Letras de Granada. Si digo esto no es por esa calidad de conocido y amigo, sino porque de veras es buena.

¿Será esta la verdadera imagen de Elena Ferrante? Aunque lo dudo porque la pintura data de la época imperial romana

La tercera recomendación no es de una novela pues no es un libro, sino cuatro, una tetralogía. Su calidad es indiscutible, sí, pero lo destacable en ella es la habilidad de la autora (suponiendo que lo sea) para conseguir reflejar el ambiente de un barrio pobre en Nápoles, el afán de sus habitantes por salir de esa pobreza, de enriquecerse, las dificultades para estudiar, aunque haya quien lo consigue, como la protagonista, Elena Greco, el papel subsidiario y de víctima de las mujeres en la época reflejada: los años 50 y 60 del siglo pasado (al menos en lo que yo he leído hasta ahora), el despertar económico de Italia a partir de esos años (muy semejante al de España, por otra parte), la tarea de la mafia, aunque sea una mafia descolorida, ni drogas ni trata de blancas, dedicada a préstamos, corrupciones de políticos y mandamases, palizas a aquellos que se les encaran y a comunistas, etc. (por ejemplo, se afirma que la única manera de librarse de la mili en aquel momento era untar determinadas manos), y combinar toda esa apariencia de novela social con otra apariencia de melodrama, de telenovela venezolana o de folletín, incluso con algo de la commedia dell’arte italiana, aunque sin su comicidad, pues hay amoríos, apariciones extemporáneas que los mandan al traste, y algún lagrimeo, su poquito de sentimentalismo. Por contraste, eso sí, hay insumisión ante el destino previo propio del barrio.

Niños en un barrio napolitano en la década de los 50 del siglo pasado

Los cuatro libros que forman la tetralogía, titulada Dos amigas, son: La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida, cuya autora o autor es Elena Ferrante, seudónimo, a quien nadie conoce (consultar Wikipedia: la historia es curiosa y divertida). Eso es inconcebible en España donde lo primero que hace un autor es decir ¡¡¡YO!!!, donde lo que de veras le interesa a un buen porcentaje de público es el escándalo o el anecdotario personal, el chismorreo, y no la obra, su literatura. Se salvan, eso sí, algunos: entre otros, Vila-Matas, Hidalgo Bayal o Luis Goytisolo. Más los desconocidos, a quienes no les queda otra.

Confieso que tan solo me he leído las dos primeras, aunque las otras están previstas en cuanto acabe estas. Sencillamente, me ha cogido la prisa de elaborar esta entrada en el blog por la calidad de las novelas que propongo. Y esta, aunque de muy otra forma que las anteriores, no desmerece. No es la primera vez, ni será la última, que un reseñista hace su trabajo sin haberse leído el libro del que habla. No es la primera vez, ni será la última, que un lector de editorial o un miembro de jurado de premio literario, emite su veredicto sin haberse leído más que las primeras páginas de una obra, y a veces ni eso: los primeros pueden pronunciar la recomendación con tan solo el resumen elaborado por el autor. Sí digo que, visto lo visto en esas dos primeras entregas de la tetralogía, supongo que lo demás seguirá la forma y el tema: la historia reciente del país, y concretamente de la Campania y su capital, Nápoles, desde un barrio paupérrimo de esa ciudad, unas familias a las que se sigue la vida, y más concretamente, dos mujeres, íntimas amigas desde la infancia, que se aprecian, se odian, se imitan, se acompañan, se escuchan, se escupen a la cara. Aunque la protagonista y narradora es Elena Greco, parece que la verdadera heroína de la acción es su amiga Lila Cerullo, esposa, con diecisiete años, de Stefano Carracci, mujer rebelde y lúcida que comprende cuál es el papel asignado a su sexo y, justamente porque lo ve, se revuelve como animal enjaulado. Lila tiene una inteligencia natural que no puede desarrollar con estudios porque la pobreza del entorno se lo impide. Posee además una belleza desesperante para cuantos hombres la rodean, belleza que la autora (o autor, quién sabe) compara a la de la actriz Jennifer Jones: morenaza exhuberante y de apariencia ingenua pero ardiente. Mas su rebeldía, unida a una cierta capacidad para dañar a los demás (de nuevo la inteligencia) cuando estos tratan de coartársela, consigue verdaderamente destrozar algunas vidas. Pero uno piensa, naturalmente, desde la mayor libertad actual, que la culpable no es ella, sino esas personas que, siguiendo costumbres demasiado enraizadas para ser extirpadas, intentan cortarle las alas, domesticarla, hacerla al molde.

Portada de la primera entrega de la tetralogía de Elena Ferrante, Las dos amigas
Portada de la segunda entrega de esa tetralogía.

Es curioso porque su rebeldía es, sí, económica, con ínfulas de ascenso, pero sobre todo lo es contra la autoridad de esos cabecillas cuyo liderazgo se basa en la Camorra, y ¡cultural!, es decir, a lo que aspira Lila es al desclasamiento cultural, a no sentirse sometida por la ignorancia general del barrio, condicionada por el dialecto napolitano, por el analfabetismo en cuanto a lecturas, conocimientos históricos y políticos, teatro, música, etc.

Y ese es el tema de esta obra larga, porque aun siendo cuatro las novelas que la componen, el conjunto es uno solo: esas dos mujeres, una que triunfa en lo intelectual, aunque para ello debe trasterrarse y desclasarse, y la otra que triunfa en lo económico pero cuya inquietud y rebeldía nunca le permitirán ser feliz, mezclado con los dramas de cada una, entre ellos, la desparición de la hija de Lila, que pone de manifiesto la perpetua presencia de las redes delictivas de extorsión, presentes desde el inicio de la primera novela con la familia Solara y el odiado don Achille, secuela ese poder de la Guerra Mundial o acaso de la manera de ser de todo un pueblo, trasunto de la Camorra napolitana (o de la Cosa Nostra siciliana, la ‘Ndrangheta calabresa, la Sacra Corona Unita de la Apulia), telón de fondo de cuanto se hace en el país.

Portada de la tercera entrega
Portada de la cuarta entrega

Su mayor mérito, insisto, es hacer, con la estructura del melodrama, del folletín o del novelón televisivo, una obra social y de denuncia, una maravilla que engancha como pueden enganchar, por ejemplo, los Episodios Nacionales galdosianos (sin comparaciones, que son odiosas). En fin, tres obras a mi entender magnas, o al menos, que me han entusiasmado los últimos meses. La primera clarifica, desde múltiples puntos de vista, esas guerras del Cercano y Medio Oriente, que ni acaban ni tienen visos de acabar; la segunda señala lo absurdo del terrorismo y, de paso, lo absurdo del ejercicio del poder violento, los acuerdos que se toman porque las grandes potencias y la opinión pública obligan, pero que nadie cumple luego; la tercera, la historia de esas dos mujeres que son la historia de Italia y, por extensión, la historia de Europa dentro de todas las diferencias que nos separan a sur de norte, y aun a este de oeste, más la crónica de un feminismo no militante sino sentido, rebelde, intuitivo y el de un machismo que algunos hombres asumen, no como pensamiento sino como sentir, algo que no se razona sino que es así por definición, o mejor expresado, siempre ha sido así. Las recomiendo, pero tomadlas con calma.

Acerca de elarboldearnas

Escritor y, sobre todo, novelista.
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