Nemo, de Gonzalo Hidalgo Bayal

Gonzalo Hidalgo Bayal

Gonzalo Hidalgo Bayal

Ya he hablado en dos ocasiones de Gonzalo Hidalgo Bayal en este blog. Ahora ha aparecido una nueva novela suya. Placer puro por 19 €. Y no exagero ni un punto. El extremeño sigue deleitándonos con esas historias suyas que cuentan el alma más pura de los pueblos o ciudades pequeñas que no es precisamente un alma impoluta ni ingenua ni indefensa. Nadie como él para retratar ese espíritu conservador, aprensivo ante lo extraño, chismoso y ruin de las zonas rurales, pero también humanitario a veces, admirativo de aquellos que han sabido o querido llegar más lejos que ellos. Pueblos aburridos donde todo el mundo sabe todo de todos. Nada de idealizar el campo, nada de alabanza de aldea, sino realidad pura y dura pero narrada desde una técnica y sabiduría envidiables.

Aquel general bajito que era gallego quiso hacer de nuestro país un pueblo inmenso, lleno de cotillas y de beatas (o beatos para satisfacer a todo el mundo). Quizá si supiéramos reaccionar contra toda la herencia de aquel individuo que nos jorobó durante casi cuarenta años, además o en lugar de meternos con cosas irrelevantes, intentaríamos acabar con ese afán de chismorreo, con ese miedo al foráneo, con la obligatoriedad de ser todos iguales o parecidos. Pero no, es más fácil lo otro. Vaya aquí la reseña de esta novela estupenda de un casi desconocido escritor extremeño que publica en Tusquets, nada más ni nada menos, y que merecería estar en las listas de ventas más importantes de este puñetero país que no lee. Por cierto, me he enterado de que Franco no leía, ¡a ver si empezamos a leer todos, aunque solo sea por llevarle la contraria!

Nemo, novela, es, por el contrario, un homenaje al silencio, un estudio sobre la afasia, el mutismo, y justo por eso es un estudio sobre el lenguaje, las palabras, la lengua, eso que usamos para comunicarnos de una forma u otra, incluso para no comunicarnos en absoluto. Muy reciente es su publicación, en la siempre fiel editorial Tusquets, pues salió al mercado en enero de 2016.

Portada de Nemo

Portada de Nemo

Un hombre pide hospedaje en un pueblo (esta vez no es Murania porque no se le pone nombre, pero bien pudiera serlo). El hombre no habla. Ni por imposibilidad física ni psíquica, ni por promesa ni por penitencia, simplemente no habla, no se comunica ni con gestos ni de ninguna forma. El pueblo lo acoge con amabilidad, algunos, pero con una morbosa curiosidad, y tal vez es esa misma curiosidad la que lleva a casos de insulto y agresión, casos estos sobre los que se desconoce al o los culpables. Pero el hombre aguanta estoicamente porque aún la defensa propia es comunicación, pues es exclamar ¡YO!

Como no habla, tampoco tiene nombre y la vox populi le coloca el de Nemo por el latín nadie, más que por alusión alguna a Verne (aunque podría entenderse la coincidencia con el capitán del Nautilus como alguien que conduce hacia un futuro utópico, rebelándose contra un presente inhumano). La crueldad infantil, y también la no tan candorosa, le impone variándolo el nombre de Nimú, por el aquel de que no dice ni mú, pero como tal crueldad no prospera este nombre en el trascurso del memorándum del narrador si no es para señalar esa brutalidad villana ante lo diferente. En realidad, ninguno de los habitantes del pueblo tiene nombre excepto uno: el Fiat, nombre que también viene del latín sea o hágase, no de la marca de automóviles. El resto de pueblerinos tienen los nombres correspondientes a su oficio: el cazador, el guardián de la fortaleza, el bodeguero, el carpintero, etc., o apodos como el papagayo o el petirrojo. Todos esos nombres escritos en minúscula excepto los mencionados anteriormente, a los que sí cabría llamar nombres propios. Quizá porque el Fiat, en su bondad ingenua, es antecesor o introductor de la humanidad de Nemo.

Toda la narración gira en torno a la vida monótona que lleva el hombre y los porqués y los cómos de su actitud. Y esa narración transcurre, como es de esperar de la vida pueblerina de los hombres, (si en La sed de sal una de las pocas mujeres que aparecen es la desaparecida, que por eso mismo no aparece, aquí solo dos tienen cierta concurrencia pero escasa: el ama y la ventera) en la bodega. Allí se fraguan las conversaciones que no son precisamente populares sino en el estilo del narrador que, digamos, es el propio Hidalgo Bayal. Porque el narrador es el escribiente, una especie de cronista  o encargado de levantar acta sobre los avatares de la estancia de Nemo en el pueblo, estancia que abarca algo más de un año, es decir un ciclo natural campesino. La primera persona es, por tanto,

El silencio

El silencio

la que lleva la sintaxis del cuento, pero es una primera persona objetiva (solo al final es verdaderamente subjetiva) y común. El narrador, a quien se le atribuye un bachillerato y nada más (será de los de antes), tiene el habla del propio autor, de modo que la novela no cumple los principios bajtinianos de polifonía, excepto, quizá, cuando habla el viejo, un sentencioso que emite “senectas”, sentencias o aforismos apropiados a su condición de anciano, o lo que dice el ermitaño, que no da sermones sino especulaciones, por lo que apenas hay diferencia en la tonalidad de las palabras. A este reseñista le da la sensación de que ni falta que le hace a don Gonzalo el cumplimiento de esa ley novelística.

Es verdad que hay un cierto amago de contagio de la actitud de Nemo en los paisanos, pero sin mayor éxito. Ya está algo manida, sobre todo en el cine, la historia del forastero que llega a un lugar y todo lo trastoca, como en Teorema de Pasolini, pero esta novela plantea el tema de forma innovadora, genial, y sobre todo, aunque extrañe, actual, y al final aclararé esta afirmación.

Los cuentos que se entreveran, de forma muy cervantina, son especie de mitologías o leyendas del pueblo, leyendas que mantienen su condición de tales por cuanto siempre se duda de su veracidad. También los objetos son sagrados o míticos, como la jarra de vino del Fiat que pasa por herencia legítima a Nemo. Pero esas mitologías se acercan más a lo bíblico que a lo clásico. El personaje de Nemo, que debería hacernos pensar en Bartleby y su “preferiría no hacerlo”, se acerca más a un Precursor, a un Predecesor, si no a un Redentor al estilo de Cristo, o cuanto menos, al Bautista, pues se repite la frase de “aquel que clama en el desierto” como símbolo paradójico del silencio que protagoniza la novela. Y digo esto porque las alusiones literarias, incluso cinematográficas o bíblicas, tanto del viejo como del nuevo Testamento, son abundantísimas pero sin agobiar, sin obligar al lector a ser un doctorado en literatura universal o en teología, como ya he dicho que es habitual en la literatura de este extremeño.

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Gonzalo Hidalgo Bayal

¿Y el estilo? Hidalgo Bayal no le teme a las frases largas y las usa con gran maestría, sin que se dificulte en ningún momento la lectura, que no es fluida, y no por defecto de redacción o sintaxis sino por lo denso del contenido expresado. Sentenciosa, como las anteriores, con un uso sapientísimo de las palabras y de las expresiones. Incluso le agrada jugar con ellas y continúa con el uso de palíndromos, polisemias, paronomasias, etc., pero como en el caso de las citas o alusiones y en anteriores obras novelísticas, sin que ello implique una sapiencia lingüística por parte del lector, sino un solaz grato y sano. Se paladean las palabras. Recuerda su prosa a la de su maestro Sánchez Ferlosio, cuanto menos a la de sus ensayos que son muchos y sustanciosos, pero también suena a la de Jünger en sus diarios o, por lo primorosa y cuidada como la de un orfebre, a la de Ángel Olgoso, con la diferencia de que este se ciñe a narraciones cortas, mientras Hidalgo se dedica a la larga distancia, con lo que no puede permitirse el lujo de fatigar con excesos que, si a la corta son deliciosos, en la dilatación de una novela pueden resultar farragosos.

También está presente, como no podía ser menos, la socarronería e incluso la hilaridad. Lo socarrón es pueblerino, labriego, como propia de todo aquel que espera del cielo la suerte. E hilarante es, por ejemplo, la gansada de la que es víctima el bodeguero cuando le da por caer también en el mutismo, hasta el extremo de que en ese capítulo el lector ni podrá ni deberá aguantarse la risa. Porque el texto se divide en 131 capítulos (en La sed de sal eran 111) que abarcan desde las tres o cuatro páginas hasta la media o aun menos, intercalados de coplas de cuatro versos la mayoría de ellas, como si ese hábito campesino de la trova o las coplillas hubiese de tener también cabida en narración tan villana (en el sentido clásico: propia de villa) como esta. Esas coplas están a intervalos casi regulares: cada 8 o 4 capítulos.

Narración metafórica, podría decirse, aunque me gusta más calificarla de narración metafísica, puesto que existe la poesía metafísica. Narración donde se plantean las grandes

Franz Kafka

Franz Kafka

preguntas humanas y que tradicionalmente se ha dedicado a responder la filosofía. En ese sentido se acerca a los recursos del Criticón, de Gracián, como ya he dicho de otras obras, o asimismo a cualquiera de las obras de Kafka o de Bernhard. Libro este, como los anteriores, de lenta digestión, ni mucho menos de lectura en una sentada o, como suele decirse, no “engancha desde el principio y no se puede dejar”. Si esta novela engancha es por su calidad, no porque quiera uno saber cómo acaba.

Todo Nemo es un gran enigma, incluso en ese final no exactamente inesperado pero que sí proporciona cierta extrañeza. Es un enigma para los paisanos de ese pueblo también enigmático, y para el lector. En un momento dado, el viejo, por boca del narrador, dice: “No es el silencio sino el tedio lo que define la neminidad” (lo propio de Nemo). El descubrimiento de que el único equipaje del viajero afásico, conservado en cajas, es un sinfín de fotografías de palomas hechas en varias ciudades europeas a lo largo de muchos años, más una colección de relojes de pulsera, no precisamente antiguos ni valiosos, induce al gozador de este texto a recurrir a la simbología, a la metáfora, al pensamiento.

Rafael Sánchez Ferlosio

Rafael Sánchez Ferlosio

Libro para meditar. Porque es inmensa meditación sobre el lenguaje y su ausencia, sobre la consideración que nos merecen los otros y la inutilidad, muy a menudo, de la comunicación, sobre la blasfemia que significa el uso de la palabra, del uso del nombre en vano, sobre lo soez de parlotear mucho para no decir nada. Y eso en tiempos en que todos estamos muy “comunicados”. Libro que lucha contra esa manía de estar en perpetua conversación, sobre todo “movilística” para nada, para no decirse nada, para dejar a cada uno con el culo al aire en sus propios problemas reales. Tiempo de falta total de consideración hacia los demás. No ya falta de respeto, sino de consideración porque el otro no es considerado persona, no es considerado existente. Solo los amigos de facebook, twiter, linkedin y demás zarandajas son considerables. Los otros, al ser de carne y hueso y tener problemas no virtuales, no existen, y no hay sino pasear las calles, entre la multitud, para comprobar esa inexistencia propia y ajena. Como mucho, alcanzamos la categoría de molestia para los demás.

El silencio voluntario

El silencio voluntario

Para mi gusto es novela que supera, sin que ello vaya en detrimento de la calidad de ellas, a las anteriores Paradoja del interventor y La sed de sal.

No es Gonzalo Hidalgo Bayal escritor desconocido, pero tampoco es conocido, mediático. Y, si no famoso, porque le debe repeler la fama, sí debería ser destacado, leído. En nuestras manos, bolsillos y ojos está que este extremeño sea leído. No todo ha de ser Zafón, Dueñas o Falcones. No todo ha de ser repetitivas lecturas de autores clásicos o ya consagrados porque, como ya dije al principio, más allá de las fronteras de mi pueblo también hay vida.

Acerca de elarboldearnas

Escritor y, sobre todo, novelista.
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2 respuestas a Nemo, de Gonzalo Hidalgo Bayal

  1. Oye, que todavía tengo pendiente Nebiros y ya estás metiendo bulla con otro libro. Esto es un noparar, hombre.
    Mira que si la escasamente noticiosa Extremadura empezara a descollar en la moderna narrativa… Porque Jesús Carrasco se está demostrando inmenso con sus dos novelas y este señor que mencionas y que yo desconocía, parece toda una promesa.

    Gran reseña, de las que dan ganas.

    Un abrazo,

    AG

    • Leí Intemperie y me gustó mucho, pero debo reconocer que literariamente, Hidalgo Bayal es superior a Carrasco. Curiosamente los temas son semejantes. Tal vez lo dé la tierra. Gracias por tu comentario, Alberto, y perdonad todos porque es cierto que soy muy rápido leyendo.

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