¡UNA MADRE DE NUEVE NIÑOS!
Acababa de llegar Pluma a Berlín, iba a entrar a la Terminus cuando una mujer lo abordó y le propuso pasar la noche con ella.
-No se vaya, se lo suplico. Soy madre de nueve niños.
Y pidiendo ayuda a sus amigas, despertó al barrio, fue rodeado, hubo una aglomeración y un agente se aproximó. Después de haber escuchado: «No sea tan duro, dijo a Pluma, ¡una madre de nueve niños!». Entonces, empujándole, ellas lo arrastraron hasta un hotel infecto, que los chinches se comían desde hacía años. Donde hay para una, hay para dos. Y ellas eran cinco. Le despojaron de inmediato de cuanto tenía en los bolsillos y se lo repartieron.
-Fíjate, se dijo Pluma, esto se llama ser robado, es la primera vez que me pasa. Estas son las cosas que se oyen al escuchar a la policía.
Después de recuperar su traje, se apresuró a salir. Pero ellas se indignaron fogosamente: «¡Cómo! ¡No somos ladronas! Hemos sido pagadas antes por precaución, pero tú has de obtener algo por tu dinero, amiguito». Y se desnudaron. La madre de nueve niños tenía muchos botones y las otras lo mismo.
Pluma pensó: «No son mi tipo estas mujeres. Pero ¿cómo hacérselo comprender sin ofenderlas?». Y meditó sobre ello.
Entonces, la madre de nueve niños: «Bueno, este chiquito, amigas mías, no sé si querréis creerme, pero me parece que es aún uno de esos muy vistos que tiene miedo a la sífilis. ¡Cuestión de suerte, la sífilis!».
Y, a la fuerza, ellas se lo trincaron, una tras otra.
Intentó levantarse, pero la madre de los nueve niños: «No tengas tanta prisa, amiguito. Puesto que no ha habido sangre, no ha habido verdadera satisfacción».
Y volvieron a empezar.
Estaba deshecho de cansancio cuando se volvieron a vestir.
-Vamos, dijeron, apúrate, son las doce y cuarto, y la habitación sólo está pagada hasta la medianoche.
-Pero bueno, dijo él pensando en sus 300 marcos confiscados, podríais al menos pagar el suplemento hasta la mañana con el dinero que habéis recibido.
-Bueno, es extraordinario el amiguito. Entonces seríamos nosotras las que invitaríamos, ¿no? ¡Anda ya!
Y sacándolo a empujones de la cama, lo echaron escaleras abajo.
Fíjate, pensó Pluma, este será más tarde un estupendo recuerdo de viaje.